Cómo hacer compost con los residuos orgánicos de la casa
Un cubo o recipiente, un lugar en semisombra, agua, tierra, desechos de plantas o de la cocina como restos de frutas y verduras o posos de café. Y tiempo. Es todo lo que se necesita para hacer una compostera doméstica y obtener abono orgánico de primera calidad.
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Cuando alguien se anima a elaborar compost doméstico conecta con un oficio que acumula 10.000 años de historia. Este antiguo método de reciclaje natural no solo reduce residuos orgánicos, sino que también enriquece el suelo con nutrientes esenciales. Así, se promueve un crecimiento más saludable de las plantas. A lo largo de milenios, diversas culturas han perfeccionado las técnicas de compostaje. Utilizan restos de alimentos, hojas y otros materiales orgánicos para crear un fertilizante natural. Este compost mejora la calidad del suelo y la retención de agua.
El compostaje doméstico es una práctica sostenible y accesible que puede transformar la gestión de nuestros residuos. Convertir los desechos orgánicos en compost reduce la cantidad de basura en los vertederos. Esto disminuye las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero. Además, el uso de compost en jardinería y agricultura mejora la salud del ecosistema. Favorece la biodiversidad y reduce la necesidad de fertilizantes químicos. Así, al practicar el compostaje, honramos una tradición milenaria y damos un paso hacia un futuro más ecológico y autosuficiente.
¿Qué es el compost?
El compost “es una técnica que consistía en amontonar estiércol, restos de la cosecha y residuos domésticos para transformarlos en productos aprovechables como abono". Según la monográfica 'La composta, su elaboración y beneficio’, de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Navarro (México), se trata de una descomposición aeróbica en condiciones controladas.
La vieja costumbre de hacer compost gana vigencia con el avance del reciclaje, el uso de abonos orgánicos y la transición hacia el desarrollo sostenible. “Nos ayuda a disminuir la cantidad de residuos, contribuye a reducir las emisiones y a aumentar su captura natural, ahorra gastos municipales en recogida de basuras y ayuda regenerar los suelos”, explica Martín Almiña, director de la organización argentina masoxigeno.org, que desarrolla el proyecto Red de Compostaje.
“A gran escala, el compostaje es el elemento clave para recuperar territorios desertizados. También es la salida natural al primer componente de los residuos: la materia orgánica". Según Antonio Ibáñez, secretario de la asociación Coopera y Composta. Además, "a nivel más microecológico, es una práctica participativa y pedagógica para concienciar a los niños”.
¿Cómo hacer compost casero?
En primer lugar se necesita un espacio en semisombra y aireado. Puede ser un pequeño patio, un jardín doméstico, una azotea o incluso una terraza de apartamento. Tras ello, hay que adquirir una compostadora. Esta se puede encontrar en cualquier tienda de jardinería, pero también se puede fabricar en casa. Lo más frecuente es usar uno o varios baldes o cubos de plástico de al menos 20 litros de capacidad que deben agujerearse en el fondo con el fin de permitir el drenaje.
En cuanto a la materia orgánica para hacer compost, sirven los desperdicios crudos de cocina como restos de verduras y frutas (conviene trocearlos), pero también posos de café y de cualquier infusión como té o mate. “Cuidado con los cítricos [acidifican la tierra], cebollas y ajos, mejor ponerlos en pequeñas cantidades. Y no añadir nunca restos cárnicos, lácteos o grasas”, explica Martín Almiña. Las cáscaras de huevo, sin embargo, aportan calcio al valor nutritivo de la composta.
Puede añadirse material seco como hojas y restos de podas del jardín y las macetas (ojo, siempre libres de hongos y plagas), virutas de madera, incluso cartones o papeles si no contienen tintas, aconseja la Asociación Española de Centros de Jardinería.
Técnica de capas alternas para hacer compost
La técnica para hacer compost es simple. Se coloca en el fondo una malla metálica para que los agujeros de drenado no se obstruyan y no entren insectos indeseados. A continuación, se rellena la compostera por capas alternas de unos tres o cuatro centímetros de grosor. Tierra sin piedras en la base (si es negra, mejor, además puede mezclarse con un poco de carbón que facilita la producción de oxígeno o con compost rico en micronutrientes) y por encima más estratos de restos orgánicos y material seco, aunque se puede prescindir de este último.
Humedad y temperatura adecuadas para el compostaje
Hay que añadir una última capa de tierra, regar generosamente y cerrar la tapa del recipiente. El líquido que drena se llama lixiviado, es rico en nutrientes y puede reservarse para añadirlo de nuevo y mantener la humedad.
Esa es precisamente una de las claves del compostaje. La humedad debe mantenerse en un punto intermedio, que no se reseque la mezcla porque se frena la descomposición, y que no sea excesiva porque se pudre la mezcla y puede echarse a perder, aunque avisa por el fuerte olor que desprende. Una forma de compensar ese exceso es añadir material seco.
El proceso de descomposición aumenta la temperatura, que suele rondar entre los 40º y los 50º centígrados, según la Asociación Española de Centros de Jardinería, y conviene remover la mezcla de vez en cuando para facilitar el efecto biodegradable.
¿En qué momento estará lista la composta? Dependerá de la temperatura ambiente, con más calor se acorta el plazo, si bien existen productos aceleradores para invierno o zonas frías. Dependiendo de esas condiciones, obtener este abono orgánico de primera calidad y muy económico puede requerir de uno a cuatro meses.
Hacer compost como actividad infantil
Red de Compostaje recomienda compartir el compostaje con los niños. “Permite aprender química, física, incluso matemática. Es una forma de enseñar a hacernos responsables de nuestros descartes orgánicos y la gestión de sistemas en donde intervienen y se correlacionan muchas variables a la vez”, explica Martín Almiña.
Un último consejo práctico para hacer compost. Es una actividad sencilla pero necesita cierta atención y mantenimiento. “Conviene medir bien la implicación a la que estamos dispuestos y optar por la fórmula más sencilla y llevadera”, concluye Antonio Ibáñez.