Cerrar panel

Cerrar panel

Cerrar panel

Cerrar panel

Aura y la historia de los linces que vieron cambiar el futuro de su especie

Aunque el corazón de Aura dejó de latir en noviembre de 2022, este lince ibérico ya era un símbolo para la recuperación de su especie. Capturada desde cachorro, gracias a ella la población de estos animales creció exponencialmente. A principio de siglo apenas había 200 ejemplares, hoy son 1.400. La coordinación para su sostenibilidad ha sido clave.

Aura apenas pesaba 700 gramos y sumaba unas cuatro semanas de vida cuando fue trasladada de Doñana al zoo de Jerez de la Frontera (Cádiz) en abril de 2002. El milenio había empezado mal para el lince ibérico: quedaban menos de 200 ejemplares en toda la península ibérica y todo parecía indicar que habría que actuar con rapidez o la especie desaparecería para siempre.

Al igual que otros linces que pasaron a protagonizar los programas de cría en cautividad, Aura se convirtió en un motivo de esperanza. Del zoo de Jerez pasó al centro de El Acebuche, de nuevo en Doñana, en donde llegó a convertirse en el ejemplar más longevo: vivió 20 años y seis meses, superando con creces la media de vida de estos animales.

Aura sustenta además otro logro. Después de sus tres primeras crías, Domo, Duna y Drago, llegaron muchos otros cachorros hasta sumar un total de 14. Estos también tuvieron su propia prole, y hoy la estirpe de Aura alcanza las cinco generaciones y suma cerca de 900 descendientes directos e indirectos.

Tras su muerte en noviembre de 2022, Aura se ha convertido en un símbolo de la recuperación del lince ibérico. A lo largo de su vida, desde que fue capturada siendo solo un cachorro hasta sus últimos días, la población de estos animales creció de forma exponencial. Hoy hay casi 1.400 ejemplares en la península, y se espera que el número siga aumentando.

La recuperación de una especie

“Aura es un animal que nos sirve para poner en valor la recuperación de esta especie, pero hay que tener en cuenta que detrás de ella hay mucho más”, señala Alejandro Rodríguez, investigador en el departamento de Conservación Biológica de la Estación Biológica de Doñana del CSIC. Detrás de Aura hay, de hecho, una larga historia de esfuerzos coordinados para volver a llenar el territorio de linces ibéricos que involucran a gran parte de la sociedad.

Cuando Aura acababa de nacer, la población de lince ibérico registraba los mínimos históricos desde que existen registros. El Censo-diagnóstico de las poblaciones de lince ibérico en España, publicado en octubre de 2002, indicaba que por aquel entonces sobrevivían menos de 200 linces repartidos en dos poblaciones aisladas entre sí: la de Doñana, área donde se habían contabilizado entre 30 y 35 ejemplares, y la de Andújar-Cardeña, donde había entre 90 y 120. A estos había que sumar otros ejemplares que sobrevivían en otras zonas, también aisladas.

“Entre las amenazas que habían diezmado la población destacan principalmente tres: la disminución de las poblaciones de conejos, su principal fuente de alimento; la destrucción de su hábitat y otras causas de mortalidad como la presencia de cepos o los atropellos”, explica Rodríguez. “Desde entonces todo ha ido a mejor, porque los datos tan preocupantes que se obtuvieron durante estos años hicieron que se pusiesen en marcha programas y proyectos LIFE de recuperación mejor dotados que los que había anteriormente. Se tomó en serio”.

Dos décadas decisivas

A lo largo de la década de los 2000, mientras Aura se independizaba de sus cuidadores, aprendía a valerse por sí misma y comenzaba a tener sus primeras crías, se pusieron en práctica nuevos planes de conservación del lince ibérico. Una de las claves fue involucrar a los dueños de fincas privadas de Andalucía para conseguir mejoras en su hábitat y modificar las gestiones de la caza menor. A esto se sumó una fuerte acción de concienciación social.

Por otro lado, se empezaron a identificar los lugares más adecuados para soltar, más adelante, a los ejemplares que se criaban en cautividad. “Estos lugares se ubicaban siempre dentro de sus áreas de distribución histórica. En los sitios en los que había buenas condiciones para que crecieran los linces, se implementaron medidas para aumentar la presencia de conejos, crear estructuras adecuadas para que los felinos pudieran cazarlos y asegurar que tuviesen lugares propicios para criar, entre otras acciones”, explica el investigador.

Varios descendientes de Aura fueron puestos en libertad en estos lugares pocas semanas después de nacer. La hembra, sin embargo, pasó su vida entre el zoo de Jerez y el centro de cría de El Acebuche, ya que cuando estos animales pasan mucho tiempo en cautividad no consiguen adaptarse más adelante a la vida salvaje.

Por aquel entonces, ya existía mucha información sobre la cría de linces en cautividad, que de acuerdo con Rodríguez comenzó en los años noventa de forma un tanto experimental. “Se aprendió que es fácil criar linces, ya que se adaptan muy bien a la cautividad. La parte técnica, que consiste en sacar del campo individuos con pocas perspectivas de sobrevivir, llevarlos a centros de cría y someterlos a una serie de técnicas, ya se conocía, porque se han criado muchos felinos en todo el mundo, especialmente en los zoológicos”.

Además de favorecer el nacimiento de nuevos individuos, los centros de cría en cautividad tienen otra función igualmente relevante: llevar un registro genético de los animales, para asegurar que los ejemplares que se suelten lleven un material genético diferente que pueda enriquecer las poblaciones. De este modo, se evita uno de los problemas que más preocupaban a principios de siglo: la bajísima diversidad genética del lince ibérico.

La situación que deja Aura

La muerte de Aura se dio en un contexto totalmente diferente al de su nacimiento. Las poblaciones se están expandiendo de manera natural y existen varios grupos asentados en Portugal y España (en Andalucía, comunidad que fue su último reducto, Castilla-La Mancha y Extremadura, según WWF).

En 2015, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) pasó de catalogar a la especie en la categoría ‘En peligro crítico de extinción’ para incluirla en la de ‘En peligro’ en su Lista roja de especies amenazadas. Se espera que en los próximos años pueda pasar a la categoría ‘Vulnerable’. Para ello, la especie debe contar con 125 hembras reproductoras durante al menos cinco años consecutivos.

Tal y como explica el científico del CSIC, algunos de los motivos que propiciaron el declive del felino hace unas décadas actúan ahora en su favor. Los conejos se están expandiendo por muchos sitios, por lo que tienen más presas de las que alimentarse, y las poblaciones están cada vez menos aisladas. “Se espera que llegue un momento en el que todos los grupos estén conectados y los animales puedan ir solos de un territorio a otro”, señala Rodríguez.

“El trabajo difícil ya está hecho –añade–. El momento crítico se dio en los años dos mil, pero gracias a los trabajos de preservación y a las introducciones, que resultaron todo un éxito, hoy en día el lince está bastante bien. Si las condiciones ambientales continúan, la población puede crecer de forma rápida en los próximos años, aunque nunca se sabe a ciencia cierta lo que pasará”.

Detrás de este éxito está una acción que durante años coordinó instituciones públicas, científicos, población civil y muchos otros agentes. Cobran especial importancia el conocimiento, la investigación y el trabajo realizado para llevar a cabo registros de las poblaciones y su genética. “El conocimiento es fundamental. Sin él, puedes equivocarte en la gestión; con él, puedes afinar en las acciones y lograr que sean más eficaces”, señala Rodríguez.

En 2021, de acuerdo con el proyecto Life LynxConnect, había 1.365 linces en libertad que ocupaban una superficie de casi 4.500 kilómetros cuadrados. Solo en ese año nacieron 500 cachorros, una cifra que sin duda ayudará a mejorar la supervivencia de esta especie y a continuar la tendencia que comenzó hace dos décadas, cuando Aura era todavía una cría de una especie que se acercaba peligrosamente a la extinción.