Árboles en las ciudades: ¿problema o solución contra el cambio climático?
La mala planificación histórica y el cambio climático han convertido a muchos árboles en riesgos potenciales. La selección de especies basadas en la estética y efectos del calentamiento global como las sequías o las olas de calor, han incrementado su vulnerabilidad, revelando un problema creciente en las ciudades.
Cada cierto tiempo, sobre todo con ocasión de alguna gran tormenta, los medios informan de la muerte de una persona por el desplome de un árbol. En algunas ciudades los parques se cierran durante episodios de meteorología extrema para evitar estos accidentes. Los árboles urbanos nos aportan múltiples beneficios, y lo último que esperamos es que nos maten. Y sin embargo, una mala planificación histórica del arbolado en las ciudades, hoy agravada por el cambio climático, convierte a muchos árboles en una amenaza potencial.
En el jardín de la iglesia de St. Andrew, en el barrio londinense de Totteridge, existe un tejo al que se le atribuye una edad de 2.000 años, coetáneo de la fundación de la romana Londinium. Este árbol es un superviviente de la ciudad que creció en torno a él. Las ciudades verdes son un invento más antiguo de lo que podríamos pensar: existen registros de arbolado en las calles desde antes del siglo X en China y al menos desde el XVII en Europa.
Con la expansión de las urbes, solo unos pocos como el tejo de Totteridge escaparon de la tala. Pero en tiempos más modernos, las ciudades han intentado compensar esta pérdida repoblando arbolado para crear espacios urbanos más sostenibles.
Árboles no sostenibles en las ciudades
Nadie negaría que una calle arbolada es mucho más agradable que otra de puro cemento y asfalto, pero los beneficios de los árboles urbanos se extienden mucho más allá de la sombra o del gusto estético: mitigan el efecto de isla de calor por la sombra y la evaporación, lo que rebaja el uso de aire acondicionado; capturan gran cantidad de carbono, ayudando a la lucha contra el cambio climático; reducen la contaminación aérea, acústica e hídrica, mejorando la salud de los ciudadanos; favorecen el bienestar y la calidad de vida; promueven la biodiversidad urbana; y sus suelos permeables aminoran las inundaciones.
El problema surge cuando los propios árboles no resultan sostenibles en el sentido más literal; cuando se caen. Tradicionalmente, las especies se elegían más por capricho estético y por su sombra que por su idoneidad, sin considerar la propia biología. Según el arquitecto paisajista Henry Arnold, “no se puede lograr la sostenibilidad de los árboles en la ciudad porque sus ciclos naturales se han interrumpido”: alcorques estrechos rodeados de cemento, suelos pobres y un subsuelo insuficiente para permitir el crecimiento de las raíces —limitado por las infraestructuras subterráneas, como las canalizaciones o los túneles— pueden perjudicar la supervivencia de los árboles y acabar provocando su caída. Según Jean-Claude Ruel, experto en arbolado urbano de la Universidad Laval (Canadá), la construcción a menudo afecta a la estabilidad de los árboles: si se reduce el dosel de las copas, lo hace la resistencia al viento. Si se impermeabiliza el suelo, el árbol puede secarse y caer. Si durante las excavaciones se daña el sistema de raíces, el árbol puede desenraizarse, y “este efecto puede persistir durante varios años después del daño inicial”, lo que origina una amenaza latente. “Los árboles gravemente dañados tardarán tiempo en recuperarse, lo que los hace más vulnerables a otras agresiones”. Según el botánico Gregory Moore, de la Universidad de Melbourne, la caída de un árbol en una tormenta puede ser el resultado de un daño infligido a las raíces 10 o 15 años antes.
El impacto del cambio climático en las ciudades
El cambio climático ha agravado estos problemas. Factores evidentes son las olas de calor y las sequías en las ciudades, pero también los episodios extremos de viento, las fuertes nevadas y la invasión de plagas favorecida por el calentamiento. Según un estudio de más de 3.100 especies arbóreas en 164 ciudades de 78 países, el 56% de ellas están sufriendo temperaturas, y el 65% rangos de humedad, fuera de su margen de seguridad; al ritmo actual, para 2050 estos porcentajes habrán aumentado por encima del 70%. Algunos casos son especialmente preocupantes: en ciertas ciudades, por ejemplo Barcelona, todos los árboles se encuentran actualmente en un clima inseguro para ellos.
No todas las especies lo sufren en igual grado: un estudio de la Western Sydney University (WSU) encontró que las características propias de ciertas especies, más que su origen geográfico o si son nativas o importadas, las hacen especialmente vulnerables a la sequía, y por tanto a morir y caer. Entre estas se encuentran el plátano de sombra (Platanus x acerifolia) y la falsa acacia (Robinia pseudoacacia), muy abundantes en las ciudades. Los autores descubren además que la pérdida de agua de los árboles por el calor supera la pronosticada por los modelos. “Olas de calor más fuertes, prolongadas y frecuentes requerirán una selección de especies más resilientes al clima en los bosques urbanos”, escribían los autores.
A diferencia de tiempos pasados, hoy se tiende a contemplar la ecología de las ciudades como ecosistemas funcionales coherentes, una infraestructura viva, lo que incluye un urbanismo más científico en la selección de las especies arbóreas para asegurar su sostenibilidad. Lo cual no implica que sea sencillo: según el especialista en ecología urbana del cambio climático Manuel Esperón Rodríguez, de la WSU, “los efectos del cambio climático en los bosques urbanos son aún poco conocidos y cuantificados, lo que restringe la capacidad de los gobiernos de incorporar la resiliencia al cambio climático en la planificación del arbolado urbano”.
Con respecto a los árboles ya existentes, Moore apunta que la única solución está en mejorar la gestión. Un suelo blando inundado o los daños a las raíces pueden prevenirse. Las ramas secas deben retirarse. Un viento fuerte en una dirección inusual es una señal de alarma, ya que los árboles tienden a apuntalar sus raíces según el viento dominante. No se trata de arrancar árboles, ni de hablar de un “acto de Dios” o de la “furia de la madre naturaleza”; “estas descripciones oscurecen el papel de la buena gestión para minimizar la posibilidad de que un árbol caiga”. Según la estimación de Moore, durante una tormenta caen menos de tres árboles de cada 100.000. El riesgo es escaso, pero no se trata de tentar a la suerte