Ángeles Alvariño: la científica española pionera de la oceanografía
Ángeles Alvariño es una de las pocas científicas incluidas en la lista de los 1.000 más influyentes de la historia, siendo la única mujer española que forma parte de ella. Con su trabajo, luchó por la igualdad de género en la ciencia, dejando un legado perdurable en la oceanografía mundial.
Algunas personas tienen el honor de dar su nombre a un gran buque. Otras tienen la suerte de que su nombre perdure en la denominación científica de una o varias especies biológicas. La oceanógrafa gallega Ángeles Alvariño disfruta de ambos honores. También de otro más raro y exclusivo: es una de los cuatro españoles —y la única mujer— incluidos en la lista de los 1.000 científicos más influyentes de la historia, según la Encyclopedia of World Scientists.
Además de estos reconocimientos anecdóticos, Ángeles Alvariño recibió una larga lista de honores formales. Pero, ¿cómo puede ser que alguien que comparte el podio de la ciencia española con figuras como Santiago Ramón y Cajal o Severo Ochoa sea una gran desconocida en su país? “A veces tuvo la satisfacción de que la reconocieran y a veces no”, comentaba en 2021 su hija, Ángeles Leira Alvariño.
¿Cómo es posible que alguien que comparte el podio de la ciencia española con figuras como Santiago Ramón y Cajal o Severo Ochoa siga siendo una gran desconocida en su país?
La historia de Ángeles Alvariño
María de los Ángeles Alvariño González (3 de octubre de 1916 – 29 de mayo de 2005) fue una niña de aldea, nacida en una parroquia del municipio coruñés de Ferrol. Su mundo era pequeño, pero su curiosidad era inmensa. Cuentan que a los tres años ya sabía leer, y entonces comenzó a absorber los conocimientos de sus padres: el solfeo y la música de su madre pianista, y la ciencia de su padre, médico rural. En una entrevista de 2018 la hija de Alvariño contaba que a su madre le tiraba la vocación de la medicina, pero que el padre de esta la disuadió por lo cruel que resultaría para una mujer ver morir a los enfermos. Y así, buceando en la biblioteca familiar, descubrió la segunda opción más próxima, la biología.
Pero como mujer del Renacimiento, según la define su hija, desde joven quiso mantener el cultivo de sus muchos intereses. Y así, cuando en 1933 se graduó de su Bachillerato Universitario en Ciencias y Letras en la Universidad de Santiago de Compostela lo hizo con sendos trabajos que manifestaban ese interés dual por lo científico y lo humanístico, ‘Insectos sociales y Las mujeres en El Quijote’. En este segundo ya se apuntaba también el que sería otro de sus empeños, el impulso del avance femenino en la sociedad.
Con su título de bachiller, la siguiente etapa de su vida sería comenzar la carrera de Ciencias Naturales en Madrid. Pero la Guerra Civil se interpuso y las aulas cerraron sus puertas. De vuelta en Galicia, aprovechó el oscuro parón de la contienda para estudiar idiomas. Una vez finalizada la guerra regresó a Madrid, terminó sus estudios y se casó con el ingeniero naval militar Eugenio Leira, cuyo apoyo le facilitó un camino que en aquellos tiempos estaba prácticamente vedado a las mujeres. Después de un periodo de docencia en su Galicia natal, su esposo fue destinado a Madrid, donde Ángeles consiguió ser admitida en el Instituto Español de Oceanografía (IEO) como una becaria de 34 años; una magra concesión a su talento y a sus méritos en una institución exclusivamente masculina.
La oceanografía: la pasión de Ángeles Alvariño
Este difícil comienzo fue su despegue. Sus trabajos y su doctorado fueron el trampolín que la lanzó a la sede del IEO en Vigo, donde pronto destacó por sus investigaciones sobre las incrustaciones en los cascos de los barcos y sobre el zooplancton, el campo en el que aportaría sus contribuciones más significativas. Pero su carrera tenía un techo infranqueable, ya que por entonces el régimen franquista prohibía a las mujeres investigadoras embarcar en los buques oceanográficos. Y una oceanógrafa sin océano tenía las aletas cortadas.
Fue entonces cuando le surgió la ocasión que consolidaría su carrera, algo que pasaba obligatoriamente por la emigración. En 1953 una beca del British Council le abrió las puertas de la Marine Biological Association con sede en Plymouth. Su mentor allí, Frederick Russell, le ofreció una oportunidad única, convertirse en la primera mujer investigadora a bordo de un buque oceanográfico británico. Alvariño estuvo sobradamente a la altura del reto: durante sus múltiples travesías profundizó en el conocimiento del zooplancton y del ictioplancton —las larvas y huevos de los peces—.
Sus investigaciones sobre los quetognatos, o gusanos flecha, permitieron descubrir una anomalía en la distribución de las especies que revelaba un desplazamiento de las aguas del Atlántico. Durante esta primera estancia en el extranjero su marido permaneció en España cuidando de la hija de ambos. Él siempre reconoció su valía y se mantuvo a su sombra, alentándola y apoyando su trabajo.
Tras su aventura británica regresó a España, pero no por mucho tiempo. Su nombre ya resonaba demasiado para las escasas posibilidades de proyectar su carrera en su país natal, y así fue como en 1956 una beca estadounidense de intercambio del programa Fulbright la llevó a cruzar el Atlántico con su hija —su esposo permaneció en España— para ingresar en la Woods Hole Oceanographic Institution de Massachusetts bajo la dirección de la oceanógrafa y militar Mary Sears, una autoridad mundial en zooplancton. Sears le facilitó después, previo nuevo paso por España, el camino hacia la Scripps Institution of Oceanography, en La Jolla (California).
La lucha de Ángeles Alvariño por la igualdad de género en la ciencia
Su paso por esta institución y posteriormente por la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) llevarían su carrera a una cumbre que, sin embargo, fue ignorada en su país natal: en 1966 el diario gallego La Noche entrevistaba a su hija, por entonces una joven promesa de la arquitectura afincada en EEUU. En referencia a su madre, el redactor se limitaba a apuntar que era “biólogo” —así, en masculino— y que había sido “reclamada” por el Scripps Institute of Oceanography, motivo por el que la joven, “una ferrolana y una española por los cuatro costados”, residía en California con sus padres. Por entonces Ángeles Alvariño ya era una figura científica relevante, pero ni siquiera se mencionaba su nombre.
Con todo, incluso en EEUU tuvo que enfrentarse a la discriminación de las mujeres en la ciencia. Según su hija, se resistió con uñas y dientes a los intentos de sus compañeros masculinos de apadrinar su trabajo. Llegó a presentar una denuncia por discriminación sexista al gobierno de EEUU porque a las mujeres se les negaba la promoción a las categorías superiores. En las reuniones se sentía fuera de lugar cuando los hombres se separaban a un lado y las mujeres al otro; ellos para hablar de ciencia, ellas de lavadoras.
Se jubiló en la NOAA en 1987, pero continuó trabajando como científica emérita. Falleció en 2005 en San Diego a causa de un leiomiosarcoma, un raro tipo de cáncer, lamentándose de que no le quedara más tiempo para seguir investigando. En vida recibió numerosos reconocimientos y distinciones por parte de organismos como Naciones Unidas y diversas universidades de EEUU y Latinoamérica. De su trabajo quedan 22 especies de quetognatos, sifonóforos y medusas aportadas por ella a la ciencia, además de las investigaciones sobre su ecología que motivaron un centenar de publicaciones. En reconocimiento a su carrera dos especies fueron honradas con su apellido, el quetognatoAidanosagitta alvarinoae y la medusa Lizzia alvarinoae. Uno de los más modernos buques oceanográficos del IEO lleva también su nombre, una inspiración para las jóvenes generaciones de científicos y científicas.
En 2018, con motivo de la inauguración de un monolito en homenaje a Ángeles Alvariño junto a la Casa de las Ciencias de A Coruña, su hija dijo que aquel gesto la habría emocionado, y que hasta habría llorado un poco, “como buena gallega”. Ángeles Leira contaba que su madre, además de su ciencia y sus muchos intereses, incluyendo las investigaciones de la historia natural de la Expedición Malaspina que emprendió en sus últimos años, también cosía, diseñaba ropa y hacía calceta. Una mujer del Renacimiento, pero gallega hasta la médula.