Cómo, cuándo y por qué ahorrar de cara a una buena jubilación
Resulta una cuestión básica, pero no siempre se le dedica la atención que merece. Complementar la pensión pública a través del ahorro es tanto un hábito cada vez más necesario como un inmejorable recurso para disipar las incertidumbres del futuro.
Ya decía Pitágoras de Samos que una buena vejez es la recompensa que se recibe tras una buena vida. El filósofo y matemático griego se refería más bien a cuestiones relacionadas con la salud física y espiritual, pero sus palabras podrían aplicarse también al ámbito, un poco más mundano, pero no por ello menos importante, de la solvencia y el bienestar económico.
En términos prácticos, el lujo de envejecer con dignidad implica también haber ahorrado lo suficiente para no padecer estrecheces materiales después de la jubilación. Se trata de un aspecto que está cobrando una importancia creciente en los últimos años. La pérdida gradual de poder adquisitivo de las pensiones es un problema que afecta incluso a las economías más desarrolladas del planeta. A él contribuyen factores coyunturales, como el incremento de la inflación, o estructurales, como el aumento de la esperanza de vida.
Todo ello puede traducirse en un cierto grado de incertidumbre para el que no existe mejor antídoto que el ahorro, ese saludable hábito que consiste en sacrificar al menos una pequeña parte del poder adquisitivo presente para disponer de más recursos en el futuro.
Un plan de ahorro es un plan de vida
Cuando se les pregunta cuál sería el momento idóneo para empezar a ahorrar de cara a la jubilación, la mayoría de los asesores financieros contestan que lo antes posible. Es decir, durante la juventud. En términos ideales, poco después de obtener el primer empleo, en coherencia con el refrán popular que afirma que “la primera moneda que ganes es la última que debes gastarte”.
El ahorro es una virtud que hay que aspirar a convertir en rutina. Retrasar este necesario proceso de planificación y disciplina financiera puede tener consecuencias muy negativas. No es lo mismo ahorrar una determinada cantidad en un periodo de tiempo superior a los 20 años que hacerlo en la última década de una vida laboral.
En general, el tiempo es el principal aliado en los procesos de ahorro, y administrarlo de manera deficiente puede acabar costando muy caro. Además, la juventud es el momento óptimo para asumir mayor riesgo financiero, porque se dispone de un margen mucho mayor para recuperarse de potenciales contratiempos o caídas en el nivel de ingresos. Ya decía Benjamin Franklin que quien mejor ahorra es quien entiende al amanecer que el sol de la mañana no durará todo el día.
Adquirir desde muy pronto hábitos de ahorro constante y sistemático tiene un efecto multiplicador. En esencia, se trata de dar a nuestro dinero el tiempo suficiente para que trabaje para nosotros. El ahorro es un jardín que florece si se riega con sensatez y perseverancia. Lo fundamental es trazar un plan de vida financiera flexible, que se adapte a las circunstancias concretas de la carrera laboral de cada uno, pero que no se desvíe del objetivo último: generar, sin esfuerzos excesivos que comprometan a corto plazo la calidad de vida, un patrimonio suficiente.
Los cuatro pasos esenciales
Como en cualquier proceso en el que se aspire a la eficiencia, en el ahorro hay que proceder de manera lo más sistemática posible.
- El primer paso consiste, por supuesto, en acostumbrarse a gastar un poco menos de lo que se tiene.
- El segundo, diseñar una hoja de ruta. No basta con guardar dinero en un colchón. Hay que partir de una estimación realista de los recursos con que se cuenta, cómo es de prever que evolucionen y cuánto dinero se necesitará para disfrutar de una jubilación digna. Para ello, resulta muy útil hacer uso de un simulador de pensiones públicas y comparar dos magnitudes básicas: cuánto dinero supondrá tu futura pensión y cuánto crees que necesitarás para conservar el poder adquisitivo al que aspires. La diferencia entre una y otra cantidad es la que deberás cubrir con tu capacidad de ahorro. Obviamente, se trata de un cálculo dinámico que hay que ir revisando a medida que pasan los años y varían las circunstancias. Pero sus líneas maestras deben estar trazadas décadas antes del momento de la jubilación.
- Tercer paso. Una vez cuantificado el qué, llega la hora de planificar el cómo. El ahorro regular de cantidades modestas es casi siempre preferible al más cuantioso pero esporádico. Acumular un patrimonio no es una sucesión de aceleraciones y frenazos desordenados, sino una carrera de fondo que exige un ritmo constante y sostenible. La clave consiste en dosificar los esfuerzos, no dejar de correr y nunca perder de vista que ningún ahorro, por modesto que pueda parecer, resulta irrelevante.
- Como cuarto paso en la generación de este círculo virtuoso, una vez alcanzado un cierto capital, la mejor manera de acelerar el ritmo sin extenuarse ni desfondarse es recurrir a un plan de pensiones o algún otro vehículo financiero semejante. Estos recursos sirven para sistematizar un poco más la disciplina financiera y beneficiarse de ahorros fiscales.
Una vez más, hay que recurrir a simulaciones para comprobar cuál es la opción que mejor se adapta a tus circunstancias concretas. Como regla general, una combinación perfecta para personas con una capacidad de ahorro media o alta consiste en un plan de pensiones privado complementado por una cartera estable de fondos de inversión.
En la mayoría de casos es recomendable seguir el principio ya enunciado de desaceleración gradual de la curva de riesgo: cuando falta mucho tiempo para la jubilación, es recomendable optar por inversiones más arriesgadas y de mayor rentabilidad potencial. A partir de una cierta edad, el margen de error se estrecha y lo más sensato resulta ceñirse a productos financieros estables y de comportamiento previsible.
Por supuesto, siempre existe la posibilidad de buscar ayuda a la hora de tomar este tipo de decisiones estratégicas recurriendo a asesores o entidades financieras para que te diseñen un plan personalizado de pensiones de ciclo de vida.
La vivienda como recurso
Por último, un comodín muy socorrido y al que recurren cada vez más personas de edad avanzada es convertir la vivienda de propiedad y otros bienes raíces en complemento a la pensión de jubilación.
Como alternativas, se puede recurrir a la venta del inmueble para irse a vivir de alquiler, a una vivienda de menores dimensiones, a casa de un familiar o a una residencia de ancianos. Y siempre es posible echar mano de recursos crediticios convencionales, como una refinanciación de la hipoteca existente, una hipoteca flexible, opciones de préstamo aplazado o una línea de crédito con la vivienda como garantía.
En todos estos casos, ser propietario de un bien raíz puede suponer el perfecto escudo para protegerse de los efectos de una pensión insuficiente. Y detrás de la mayoría de viviendas en propiedad hay una persona que ha ahorrado para adquirirla. Una vez más, la capacidad de ahorro asegura grandes réditos a medio y largo plazo.