¿Sabríamos vivir sin la obsolescencia programada?
Programar la caducidad de los productos fabricados supone una duplicidad de gastos para el consumidor pero vivir en un mundo sin obsolescencia programada supondría imaginar un nuevo orden económico. ¿Sabríamos vivir sin ella?
La obsolescencia programada supone la planificación consciente por parte del fabricante de un producto de la vida útil del mismo de modo que pierda funcionalidad, calidad o utilidad tras un periodo de tiempo determinado por motivos comerciales.
Si bien este hecho puede mantener girando la rueda de consumo que caracteriza a nuestra sociedad también supone un problema para nuestros bolsillos y para el medio ambiente. No obstante, la obsolescencia forma parte de nuestro sistema económico y nos afecta en todas las ramas de nuestra vida. ¿Sabríamos vivir sin la obsolescencia programada?
¿ Vivir sin consumismo ?
En Livermore, California, existe una bombilla que lleva encendida cerca de 110 años que puede verse mediante una webcam en internet. Curiosamente, en el tiempo que lleva emitiéndose la señal, la primera cámara dejó de funcionar a los tres años y debió ser sustituida.
Parece una metáfora sobre el interés de la humanidad por hacer productos cada vez menos duraderos y es que esta bombilla no es la única centenaria que sigue dando luz. Duele pensar la cantidad de bombillas que hemos cambiado en nuestra vida.
Imaginemos un mundo donde las bombillas no tuviesen que ser sustituidas al ritmo actual. ¿Qué pasaría con la producción y con los empleos derivados? ¿y con los precios?
La bombilla fue perfecta. Llegó un momento en el que la lucha entre empresas competidoras tocó techo y no se podían hacer bombillas más duraderas. Entonces los fabricantes se reunieron para programar meticulosamente la calidad de la misma para darle una duración determinada que permitiera mantener el negocio. No querían matar a la gallina de los huevos de oro y comenzaron una dinámica que formaría parte de la estrategia productiva del futuro.
Sin programar la obsolescencia la demanda sería muy baja y no se podría mantener el nivel actual de producción (oferta). ¿Por qué comprar bombillas si las mías duran 100 años?
Los fabricantes no podrían mantener plantillas numerosas para adecuar los gastos con los ingresos (demanda) y por otro lado los precios aumentarían para mantener la estructura de costes fija difícilmente soportado por las ventas. Los bajos beneficios no permitirían la existencia de un gran número de competidores y podría acabar en prácticas monopolísticas.
Además de los empleos directos también afectaría a puestos administrativos, comerciales, logísticos… y en cierto grado a otros niveles de consumo soportados por estos trabajadores.
Ahora extendamos esto a todos los productos/servicios y pensemos lo que pasaría si todos crearan productos con la máxima vida útil posible: ¿sería un mundo perfecto? Somos consumidores pero también trabajadores y personas sustentadas por el consumo. No sé si sería un mundo perfecto pero sin duda debería ser un mundo distinto.
Tenemos que concretar algo sobre la obsolescencia y es que no solo se basa en lo que tarda una bombilla en fundirse sino en el tiempo en que esta queda anticuada. Compramos un ordenador y los fabricantes ya tienen la siguiente generación en el horno. La van descubriendo poco a poco creando productos complementarios no aptos para la generación anterior y dejándonos inmediatamente desfasados.
Cuanto más sencillo es el producto más posibilidades tiene de ser duradero pero para ello también tenemos la obsolescencia psicológica, es decir, hacernos pensar que lo que tenemos ya no vale. La moda es un buen ejemplo ya que hay pocas cosas cuya caducidad esté más basada en nuestra percepción.
No sabemos vivir sin una rueda de consumo en continuo movimiento y valoramos más los costes que la calidad. En un mundo donde los productos fueran perfectos nuestro nivel de gasto personal estaría más concentrado y limitado pero también lo estaría nuestro nivel de ingresos y la tasa de empleo tal y como los conocemos. El ritmo actual se refleja en China, que aún siendo un país comunista, tiene una economía basada en gran parte en principios consumistas que luego exportan a otras sociedades.
Para nosotros puede ser difícil imaginar un mundo distinto. Personalmente estoy tan involucrado en esta realidad que no puedo plantearme una sociedad basada en normas distintas aunque en el fondo lo desearía. Creo que a todos nos gustaría acabar con esa rueda incesante pero ya no sabemos funcionar sin ella.
Un problema para mi bolsillo
Imaginemos que hoy compro un pan, una camisa, un ordenador y un móvil. A parte de haber limpiado mi cuenta corriente pensemos ¿cuanto me durará cada producto? Bastante menos que hace unos años, eso seguro. Los fabricantes limitan la duración de los bienes para mantener su sistema y nos introducen en un ciclo de actualización que multiplica los gastos.
El móvil tendrá problemas de batería en un año y en dos posiblemente sea descontinuado, el ordenador probablemente ya esté desfasado y me dará problemas en dos años, cuando termine la garantía. Sobre la camiseta dependerá de donde la compre pero no sería extraño que en 4 meses tenga peor aspecto que algunas prendas de hace 10 años. Si el pan antes me duraba días ahora se me pone duro de la mañana a la noche si lo compro en una gran superficie.
A largo plazo mis gastos se replicarán ante la necesidad de cambiar mi vestuario, tener un ordenador que soporte el nuevo software que necesito para trabajar, disponer de un móvil cuya batería dure más de 3 horas… y me cuesta imaginar la cantidad de barras de pan que podría haberme ahorrado.
Más allá de los resultados que podrían derivarse de la inexistencia de la obsolescencia programada no cabe duda de que supone un gran agujero negro para nuestros bolsillos.
Un drama para el medio ambiente
Queremos que este gasto incesante sea lo menor posible mientras que a los productores les interesa ante todo que sea continuo y para ello programan la duración de los bienes. Esto solo puede lograrse pagando un alto precio indirecto. Por ejemplo: las medias son más baratas que antes pero duran menos al usar tejidos poco resistentes. Esto se traduce en una cantidad de residuos nada desdeñable.
El usar y tirar parece valernos mientras no nos llegue la basura a la puerta de nuestra casa. El problema es que el medio ambiente es el que paga las consecuencias y nosotros formamos parte de él. Es algo innegable. Todo esto tiene un precio más alto que el dinero que sale de nuestra cartera y parece a todas luces insostenible.
¿Un vicio que en realidad nos gusta?
Pese a todo parece que disfrutamos de la continua sustitución de nuestros bienes y estamos deseando que los productos queden obsoletos. Nos parece mal que programen su duración de forma consciente y que se nos ofrezca el futuro en pequeñas entregas. Sabemos que esto produce una replicación futura de nuestros gastos pero nos conformamos pues no podemos hacer nada.
Podría aconsejar comprar productos de calidad cuya duración sea mayor, y de hecho lo hago, pero creo que la gran mayoría acepta el juego de la obsolesencia programada: consumidores y fabricantes.
Pagamos bajos precios sabiendo que la duración será muy inferior a la habitual tiempos atrás pues nos gusta estar a la última sea cual sea el precio… eso parece. Creo que no sabemos vivir sin este sistema o lo que es más peligroso: no sabemos imaginar un mundo sin él.
Imagen | Germán R. Udiz