¿Quién inventó la palabra mileurista?
El lenguaje es de todos y de nadie: de todos, porque cualquiera puede emplearlo y es un legado que heredamos de nuestros ancestros y entregaremos a nuestros descendientes; de nadie, porque su autoría se diluye entre la totalidad de los hablantes y no existen derechos de propiedad registrales.
Ocurre a veces, no obstante, que un vocablo sí lleva firma y rúbrica adheridas, de suerte que es posible que un sustantivo remita literalmente al nombre propio de una persona. Así ocurre, tal como señala la Ortografía de la lengua española, con el sistema de escritura braille, que alude al francés Louis Braille, o con la voz boicot, que remite a Charles Cunningham Boycott, administrador irlandés boicoteado en 1880.
También cabe, por excepcional que resulte, que exista constancia de quién ha creado un neologismo: tal es el caso de mileurista, obra de Carolina Alguacil, quien escribió dicho término en una carta dirigida al director de El País el 21 de agosto de 2005.
¿Por qué se ha extendido esta creación? Sin duda, porque dio en plena diana al nombrar una realidad entonces novedosa y lamentable. Porque logró resumir en una única palabra la condición de tantos licenciados que, después de empalmar variopintos contratos de prácticas no remuneradas, apenas podían aspirar a ganar mil euros. Porque retrataba fielmente la situación de buena parte de la sociedad española de principios del XXI.
Pero su triunfo obedece además a su elegancia idiomática, a su respeto espontáneo de las normas de formación de palabras. Con el mismo desparpajo con que a partir de millón creamos millonario y después milmillonario; con la misma facilidad con que de euro llegamos a eurozona, quien percibe una nómina de mil euros se denominará naturalmente mileurista.
El euro no es la única moneda productiva en derivados: ¿acaso no se habla de dolarizar un país cuando este adopta dicha moneda?, ¿no se decretó una pesificación de las deudas durante el corralito argentino? ¿Y qué decir de la peseta? Incluso los nacidos después de que esta divisa se convirtiera en antigualla, dirán que alguien con demasiado amor al dinero sigue siendo un pesetero, nunca un eurero.
El término mileurista, por cierto, es un ejemplo de parasíntesis, proceso en el que intervienen simultáneamente la composición y la derivación. Y la palabra clave es simultáneamente: en efecto, en español no existen ni la voz mileur ni eurista, pero sí su combinación: mileurista.
¿Merece la pena señalar que esa condición de mileurista resulta hoy envidiable para quienes se incorporan al mercado laboral? Pues sí, sí que merece. Y es que esos mil euros que en el 2005 parecían un sueldo de pacotilla, suponían un fortunón solo siete años más tarde, hasta el punto de que El País publicó entonces una portada con la etiqueta #nimileuristas.
Menos mal que la economía parece ir poco a poco mejorando. De lo contrario, nuestras calles quedarían atestadas de limosneros, esto es, siguiendo ahora el proceso de parasíntesis descrito y a partir de la locución por Dios y del sufijo -ero, se multiplicarían los pordioseros.