¿Puede el aumento de la inflación perjudicar la competitividad y el empleo de la economía española?
Acabamos de conocer que la tasa de crecimiento del Índice de Precios al Consumo (IPC) en España del mes de febrero se ha situado por segundo mes consecutivo en el 3% interanual, superando de nuevo la inflación en la eurozona, que ha aumentado hasta el 2%. Después de varios años en los que la inflación en España ha estado por debajo del promedio de nuestros socios, se han encendido las alarmas. ¿Hasta qué punto el aumento de la inflación puede hacer perder a España la ventaja competitiva con respecto a la eurozona que hemos disfrutado durante los últimos años?
Hay que dejar claro que no todo aumento de la inflación supone una pérdida de competitividad. Además de con otros indicadores, la competitividad se mide mejor a través de los precios de los bienes que producimos (deflactor del PIB), en lugar de los que consumimos, que es lo que refleja el IPC. Por ejemplo, la competitividad de la economía española no se vería afectada si el aumento de la inflación fuera transitorio y exclusivamente como consecuencia del repunte de los precios del petróleo. El ascenso del IPC reflejaría solo la transferencia de renta de España a los países de los que importamos energía, la inflación subyacente se mantendría constante, y se evitaría una dinámica de aumentos generalizados de precios y salarios internos. En este caso solo se estaría perdiendo una parte de las ganancias de renta disponible que tuvimos cuando el precio del petróleo se desplomó desde alrededor de 110 dólares el barril a menos de 30, entre 2014 y 2016.
En lugar de utilizar los precios de consumo, es mucho más adecuado medir la competitividad mediante una amplia batería de indicadores que vayan más allá de reflejar sólo costes o precios. Si nos ceñimos sólo a la competitividad precio, suele medirse a través de los costes laborales unitarios nominales (es decir, el coste laboral en términos nominales por unidad de producto en términos reales), los precios de producción y los precios de las exportaciones. Por ejemplo, utilizando los costes laborales unitarios nominales, desde 2010 España ha recuperado toda la competitividad precio perdida con el promedio de la eurozona entre 2000 y 2009, como se puede observar en el Gráfico 1.
Competitividad y empleo
La relación entre competitividad y creación de empleo es compleja. Dependiendo de las causas subyacentes que determinan a ambas variables, hay momentos en los que empleo y competitividad evolucionan en la misma dirección y otros periodos en los que lo hacen en la contraria. Por ejemplo, antes de la crisis la inflación española superaba a la de la eurozona y, a pesar de ello, se creaba empleo, precisamente porque España estaba en medio de una burbuja. Se trataba de una situación de crecimiento insostenible. Los costes laborales unitarios crecían más rápidamente que en la eurozona, aumentaba el déficit exterior, y los hogares y las empresas estaban cada vez más endeudados.
Gráfico 1: Costes laborales unitarios nominales (2010=100), en España y en la Eurozona, 4T2000 a 4T2016. Media móvil de los cuatro últimos trimestres. - Eurostat
Frente a lo ocurrido entre 2000 y 2008, la gran novedad de la recuperación en curso es que desde la segunda mitad de 2013 se crea empleo y, al mismo tiempo, se gana competitividad. Los costes laborales unitarios nominales se han mantenido relativamente constantes mientras aumentaban en la eurozona. La tasa de paro ha disminuido desde el 26,9% en el primer trimestre de 2013 al 18,6% en el cuarto de 2016, mientras la balanza por cuenta corriente sigue mostrando un superávit del 2% del PIB, y los niveles de deuda de empresas y hogares disminuyen.
Estas ganancias de competitividad precio han sido compatibles con el mantenimiento de la remuneración media por asalariado en términos reales (es decir, descontado el efecto de una inflación), lo que junto con el aumento del empleo (8,1% desde el inicio de la recuperación) ha permitido que la renta disponible de los hogares aumentara un 5,7% en términos reales acumulados. Además, hay que tener en cuenta que en un proceso de fuerte creación de empleo, el efecto composición sobre el salario medio puede ser importante. Es perfectamente posible que los salarios reales crezcan a nivel individual y que el salario medio disminuya. Esto sucede si aumenta más el empleo entre trabajadores con salarios por debajo de la media, como también ocurrió en las recuperaciones anteriores.
Inflación, salarios, márgenes y competitividad
El riesgo de la situación actual es que el aumento de la inflación, como resultado del incremento de los precios de la energía, se traslade a salarios, precios o cualquier otra renta, por el intento de unos colectivos de trasladar al resto la pérdida de poder adquisitivo que supone el mayor coste de los bienes energéticos que importamos. En este caso se produciría una espiral inflacionista que terminaría dando lugar a costes laborales más elevados, precios de producción mayores y una pérdida generalizada de la competitividad. Todo ello perjudicaría al empleo, a la renta disponible, al consumo privado, a la demanda agregada y al crecimiento, y empobrecería al conjunto del país.
¿Por qué se vería afectada negativamente la ocupación en ese escenario? La economía termina destruyendo empleo cuando se entra en una espiral en la que la inflación aumenta como consecuencia de subidas salariales, que no se deben a mejoras de productividad, o por el intento de mantener los márgenes en los precios cuando se elevan los costes de producción.
El crecimiento de los salarios es bienvenido, y cuanto más elevado mejor, siempre que sea consecuencia de aumentos de la productividad y sea compatible con la creación de empleo. En esta situación hay una doble ganancia en la renta disponible de los hogares: hay más trabajadores empleados y, además, con mayores salarios. El incremento del empleo, de la productividad y de los salarios son síntomas de prosperidad económica. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, dada la enorme heterogeneidad productiva existente, es difícil pensar que los aumentos de empleo y salarios puedan extenderse por igual al conjunto de la economía. Algunas empresas se podrán permitir aumentos salariales mayores y otras no, en función de cuán competitivas sean y de cuánto esté creciendo su productividad o sus ventas. Aquellas con mayor crecimiento podrán pagar mayores salarios y aumentarán su empleo, atrayendo trabajadores de otras empresas y sectores menos productivos. Por eso es necesario, que los acuerdos salariales sean suficientemente flexibles y reflejen las mejoras de productividad a nivel de empresa y las condiciones locales del mercado de trabajo, tal y como sostenía Draghi en su intervención en Jackson Hole en 2014.
Por el contrario, cuando los salarios reales aumentan sin que lo haga la productividad se termina destruyendo empleo. Según un estudio de BBVA Research para la economía española, cuando el salario real crece un 1% sin que lo haga la productividad el empleo disminuye a largo plazo un 1,5%, de manera que la renta disponible se reduce medio punto. Lo mismo ocurre cuando los márgenes empresariales aumentan como consecuencia de comportamientos no competitivos por parte de las empresas, en lugar de por ganancias de eficiencia o mejoras en sus productos.
En ambos casos se genera un problema redistributivo en el que unos agentes quieren ganar renta a costa de otros, con comportamientos no competitivos que reducen el nivel de empleo y producción. Al final de este proceso el desempleo aumenta, sobre todo entre los colectivos más débiles, y con ello la desigualdad. En la medida que la destrucción de empleo se concentre en trabajadores con contratos temporales o en los segmentos más desfavorecidos del mercado de trabajo, como lamentablemente suele ser habitual, se produciría un repunte de la desigualdad, al aumentar el beneficio de unas empresas o los salarios de los trabajadores que mantienen sus empleos a costa del desempleo de otros.
Frente a esos comportamientos no competitivos, hay que intensificar la competencia entre las empresas en todos los mercados, para asegurar que los incrementos de la productividad a largo plazo dan lugar a aumentos en la misma proporción de los salarios. Cuando las empresas compiten entre sí crece el empleo, se incrementa la productividad y crecen los salarios. Un mercado de trabajo más flexible y eficiente, y mercados de productos más competitivos permiten que el crecimiento de los salarios sea consistente con los aumentos del empleo y de la productividad que necesita la economía española para converger a los niveles de renta per cápita de las sociedades más avanzadas. Con una tasa de desempleo todavía por encima del 18%, es crucial que los incrementos salariales sean compatibles con la creación del empleo que se necesita para alcanzar a los países de nuestro entorno con menor paro.