Lecciones de las últimas turbulencias financieras
Lecciones de las últimas turbulencias financieras
Tras una década de cambios regulatorios muy significativos derivados de la crisis financiera mundial de 2008, en el sector bancario existía un consenso sobre la necesidad de realizar una pausa, aplicar los cambios acordados y, sobre todo, evaluar sus efectos.
En este contexto, a comienzos de este año hemos vivido varios episodios de crisis bancarias en Estados Unidos y Europa que afectaron muy negativamente a la confianza del mercado en la robustez del sistema. En primer lugar, Silicon Valley Bank y otros bancos americanos tuvieron problemas de liquidez, que se agravaron cuando intentaron vender a pérdida unas carteras de deuda pública. Se trataba de casos muy particulares, con una gestión interna deficiente, un crecimiento muy acelerado en los últimos años, con los depósitos muy concentrados en el sector tecnológico y en gran parte no cubiertos por el fondo de garantía de depósitos. Pese a la rápida intervención de las autoridades americanas, las turbulencias se trasladaron a Europa y afectaron a Credit Suisse, que tenía un largo historial de dificultades y que acabó siendo adquirido por su principal competidor, UBS.
La reacción inmediata ante estos episodios suele ser la de cuestionar si la regulación actual es suficiente para prevenir la quiebra de los bancos y, sobre todo, el potencial efecto contagio en el sistema. Sin embargo, creo que hay muchas razones por las que esa necesidad de pausa y análisis sigue siendo válida hoy en día. En primer lugar, las turbulencias bancarias en Estados Unidos de comienzos de año fueron un episodio idiosincrático causado por entidades financieras con modelos de negocio muy particulares de los que es difícil extraer lecciones que puedan ser aplicadas de forma generalizada.
En segundo lugar, este episodio ha sido más un problema de gestión interna de riesgos y de supervisión que de regulación. Quizá una línea de actuación para el futuro podría ser ahondar más en las prácticas de supervisión y, en particular, procurar que los supervisores comprendan mejor los riesgos de los distintos modelos de negocio, adaptando sus actuaciones. Y por último, en términos generales, no tiene sentido introducir grandes cambios en el marco regulador de la Unión Europea, ya que no ha sido el origen de los problemas. Dicho esto, siempre se puede reflexionar sobre algunas conclusiones de este episodio con el objetivo de mejorar nuestras normas y prácticas habituales en el sector financiero.
Entre las cuestiones a debate, se han puesto encima de la mesa algunos cambios relacionados con el riesgo de liquidez del sistema, como por ejemplo poner más énfasis en la supervisión de la concentración de depositantes en un sector o el nivel de depósitos no cubiertos por el fondo de garantía, que hasta ahora no se tenían en cuenta de manera sistemática. Sin embargo, no está tan clara la necesidad de un debate sobre los ratios de liquidez más conocidos de las entidades financieras, LCR (en inglés, ‘Liquidity Coverage Radio’) o el NSFR (en inglés, ‘Net Stable Funding Ratio’), ya que en las turbulencias bancarias en Estados Unidos, estos ratios no eran aplicables de manera obligatoria a las entidades afectadas.
No obstante, en la solución de estas crisis sí se ha visto la importancia de contar con instrumentos de apoyo a la liquidez de las entidades por parte del Estado para evitar un rápido efecto contagio al resto del sistema bancario. En Europa tenemos que reforzar esta capacidad de respuesta institucional y para ello deberíamos dotarnos de una herramienta adecuada de liquidez en resolución, porque EE. UU. o Suiza están claramente un paso por delante de nosotros, lo que les permite, como hemos visto, reaccionar rápidamente ante estos episodios de estrés. La ratificación del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), como respaldo del Fondo Único de Resolución (FUR), es imprescindible pero, en situación de estrés, el sector necesitaría mucha más liquidez y, sobre todo, una mayor agilidad para responder a la misma.
Por otro lado, sería erróneo concluir que cualquier crisis financiera exige mayores requisitos de capital. De hecho, los acontecimientos de este año no tienen nada que ver con los niveles de solvencia de los bancos implicados. También se está debatiendo si las pérdidas o ganancias latentes de las carteras a vencimiento deben reflejarse en el capital. Sin lugar a dudas, imponer que el capital deba variar siempre por esta causa sería un error, ya que esta medida introduciría un grado significativo de volatilidad en las cuentas de los bancos. En mi opinión, no es necesario cambiar la regulación, siempre que los supervisores dispongan de la información necesaria para evaluar correctamente a todas las entidades.
En pocas palabras, la reforma de los marcos de regulación y supervisión iba por buen camino antes de los momentos de incertidumbre vividos hace unos meses y las causas de estas crisis puntuales están relacionadas con los modelos de negocio y gobernanza de las entidades afectadas, por lo que no hay razones para desviarnos de la senda marcada.