Negociaciones comerciales UE-EE.UU: entre la economía y la geopolítica
Federico Steinberg es investigador principal de Economía y Comercio Internacional del Real Instituto Elcano
Durante los últimos doscientos años, la economía mundial ha estado dominada por los países del Atlántico Norte. Primero, por Europa en solitario y después, por Europa y Estados Unidos (con un liderazgo marcadamente norteamericano tras la segunda guerra mundial). Sin embargo, a lo largo de las próximas décadas se espera que la pérdida de peso relativo del eje transatlántico en la economía mundial, que comenzó hace ya veinte años, se acelere. Los ganadores serán las nuevas potencias emergentes, especialmente asiáticas, pero también latinoamericanas y africanas.
Ante este panorama, la Unión Europea y Estados Unidos abrieron negociaciones en 2013 para crear un área de libre comercio e inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés), que sería la mayor del mundo cubriendo más del 40% del PIB mundial, un tercio de los flujos comerciales globales y casi el 60% de los stocks de inversión acumulados en el mundo.
El objetivo es alcanzar un acuerdo para 2016 (antes de las elecciones estadounidenses, para que Obama pueda apuntarse otro éxito en política exterior) que permita integrar de una forma mucho más intensa el mercado transatlántico.
Además de eliminar totalmente los aranceles, que ya son muy bajos (un 2,8% en media ponderada), se está intentando reducir las barreras no arancelarias, que se derivan de que cada bloque mantiene su autonomía regulatoria en materias como la propiedad intelectual, las normas para proteger la seguridad del consumidor, las normas para la comercialización de servicios de alto valor añadido, o las compras públicas, entre otras.
Todas estas trabas equivalen a aranceles adicionales de entre el 10% y el 20% y dificultan especialmente el comercio de servicios, que es el que tiene un mayor potencial de crecimiento. Por último, se pretende establecer un tribunal de arbitraje para resolver disputas entre empresas y estados, con el objetivo de que su existencia aumente todavía más las inversiones cruzadas.
La principal justificación que las autoridades europeas y estadounidenses han dado para lanzar el TTIP es que generará crecimiento y empleo. Según un estudio de CEPR, encargado por la Comisión Europea, un acuerdo amplio y ambicioso podría generar 119.000 millones de euros al año para la Unión Europea y 95.000 para Estados Unidos. Sin embargo, todas estas potenciales ganancias de comercio también existían hace diez años y, seguramente, también existirán en el futuro. Por tanto, la pregunta relevante es ¿por qué ahora el TTIP? Y la respuesta, hay que buscarla en la geopolítica.
El TTIP como respuesta al auge de las potencias emergentes
A lo largo de las últimas décadas, conforme avanzaba la globalización económica y los países emergentes (sobre todo asiáticos) se abrían a la economía mundial, el centro neurálgico de la economía internacional se ha ido desplazando lentamente desde el Atlántico hacia el Pacífico. En un principio estos cambios no pusieron en jaque el liderazgo político, económico e intelectual de Occidente. Se trataba de que los nuevos países adoptaran las reglas marcadas por las viejas potencias. Sin embargo, desde el estallido de la crisis financiera global en 2007, y de la Gran Recesión que la ha seguido, se ha impuesto una narrativa en las relaciones internacionales según la cual el futuro es de las economías emergentes.
El TTIP, por tanto, puede verse como parte de la reacción de Europa y Estados Unidos a su declive relativo; es decir, como un instrumento para recuperar el liderazgo y, por tanto, lograr mayor influencia en el escenario económico internacional. Se trata de revitalizar su poder de una forma indirecta, fijando nuevas normas en el campo económico; es decir, reescribiendo las reglas de la globalización.
Si el TTIP llega a buen puerto, el mensaje para los países emergentes será claro: si queréis vender vuestros productos a mis ricos consumidores, debéis adoptar mis normas; si no, os quedareis fuera, por lo que vuestro crecimiento será menor.
Utilizar el TTIP como palanca para recuperar el liderazgo económico mundial es, sin duda, atractivo. Sin embargo, la estrategia podría fallar, bien por problemas en la propia negociación del acuerdo, bien porque la reacción de las economías emergentes no sea la deseada por el eje transatlántico.
Para que el plan tenga éxito, es imprescindible que estadounidenses y europeos se pongan de acuerdo en nuevas normas para el comercio y la inversión. Como se han excluido de la negociación los temas más espinosos, lograr un TTIP ambicioso es factible. Sin embargo, como las tradiciones regulatorias a ambos lados del Atlántico son distintas, esto no será, ni mucho menos, automático. De hecho, como en materia económica la relación de fuerzas entre la Unión Europea y Estados Unidos está equilibrada, ninguno podrá forzar al otro a que adopte sus propios estándares, lo que deja al reconocimiento mutuo como la mejor fórmula para avanzar.
Pero en la Unión Europea saben bien que, incluso optando por el reconocimiento mutuo y no por la armonización normativa, fueron necesarias varias décadas para construir el mercado interior. Y, en servicios, todavía no se ha conseguido.
Pero aún si el TTIP logra completarse, nada asegura que el acuerdo vaya a abrir una nueva etapa de globalización bajo liderazgo occidental. Las potencias emergentes, en especial China, India y los países de América del Sur, se han resistido durante años a aceptar normas en la OMC que redujeran su margen de maniobra para la política industrial, que son precisamente las normas que intenta fijar el TTIP.
Por lo tanto, si para cuando el TTIP esté firmado y funcionando sus propios mercados suponen una porción mayoritaria y creciente del mercado mundial, podrían optar por no adoptar los estándares del TTIP para no perder soberanía regulatoria, confiando en que el coste de oportunidad de esta decisión no fuera demasiado alto porque las oportunidades de crecimiento exportador en el mercado transatlántico fueran decrecientes.
De ser así, el TTIP no se convertiría en el modelo de la nueva regulación del comercio mundial, ni sería multilateralizado a través de la OMC, sino que sería el principio de un escenario de fragmentación del mercado mundial entre grandes bloques comerciales rivales que delegaría a la irrelevancia a la OMC, que por el momento es la institución que mejor ha funcionado para regular la globalización.
** Federico Steinberg es investigador principal de Economía del Real Instituto Elcano**