La mejor tecnología es la que no se ve: este es el futuro que nos espera
La tecnología se ha vuelto más pequeña y, por extensión, menos visible al ojo humano. No se trata de una mera reducción en el tamaño, esta transformación viene acompañada de una simplificación en el uso, de hacer todo más fácil para el usuario y camuflar todo lo que hay desde que se produce la acción hasta que llega la reacción. Un futuro prometedor, pero al que hay que mirar con lupa para entender todas las implicaciones que conlleva.
La tecnología evoluciona y cada cierto tiempo nos sorprende con grandes avances. Esas grandes novedades suelen ser nuevas funciones pero a veces nos olvidamos de algo muy importante: la transformación de sus diseños y la forma en la que la utilizamos e interactuamos con ella.
El próximo gran cambio apunta a que será que la tecnología se haga invisible. Que esté con nosotros, que nos rodeé pero sin darnos cuenta. Un gran desafío para los ingenieros y los desarrolladores, un bonito panorama para los años venideros, aunque con una serie de matices.
Un futuro muy brillante y automático
Pensad por un momento en el tamaño de un disco duro hace décadas, era del tamaño de una habitación y su capacidad era minúscula en comparación con una memoria USB del día de hoy. La tecnología se ha hecho más pequeña y el mejor ejemplo de esta transformación lo tenemos a día de hoy en dispositivos como los teléfonos que usamos a día de hoy, ordenadores en miniatura. No solo eso, ya tenemos chips completos del tamaño de un botón.
Esta reducción de tamaño ha ido acompañada de una simplificación en el uso de la propia tecnología. Cada vez es más sencillo utilizarla y las tareas se han reducido a gestos y acciones que cualquiera puede hacer. Pensemos en cómo ha evolucionado la interfaz de los ordenadores, aquellas pantallas negras que ahora son ventanas táctiles donde todo se hace fácil.
Hacer una copia de seguridad para pasarla a otro dispositivo llevaba tiempo. Ahora, si queremos pasar información de un móvil a otro tan solo tenemos que acercarlos físicamente para que empiecen a transferir archivos de un lugar a otro. Todo se vuelve más sencillo, se hace invisible.
La conectividad inalámbrica hace menos visible, que no más transparente, la comunicación, la parte técnica se desvanece para que nos centremos en la experiencia. Esta tendencia no para de crecer y solo hay que ver las categorías que han nacido y evolucionan para que todos los chips no se vean, para que usarla sea más natural.
Los wearables con forma de pulseras que no aparentan ser relojes con procesadores que bien podrían estar en el interior de un teléfono, aquellos que parecen meros adornos estéticos pero que en realidad no paran de contar pasos y las calorías que quemamos a lo largo del día.
Hacerse menos tecnológico significa que el diseño cobre relevancia y por extensión que lo combinemos con otros objetos que usamos a diarios. Yves Béhar, lo tiene claro: el futuro de los dispositivos que quieren hacerse invisibles, como los wearables, pasa por camuflarse y ser más cotidianos, que nos olvidemos que están ahí como un dispositivo electrónico más.
Esta tendencia no solo se traduce en un cambio de rumbo en el mercado, también significará una oportunidad de negocio. Según Juniper, de aquí a 2020 se creará un mercado por valor de 80.000 millones de dólares con todo lo relacionado con los wearables y, para que éstos funcionen, la clave está en la tesis que explicamos aquí: que su presencia sea discreta.
Si queremos ir un poco más al presente, Gartner presentó un estudio donde afirmaba que en el 2017 un tercio de la tecnología wearable será invisible y los demás no se darán cuenta que la llevamos puesta. Aquí apuntan a una industria en concreto: los fabricantes de gafas, aunque no serán los únicos en vivir este proceso.
El internet de las cosas va a esa tendencia también, a no ver la tecnología, a querer todo conectado pero sin que se vea. Los beacons que sabrán cuándo estamos cerca y nos enviarán información en tiempo real. Consultar el estado de nuestra casa desde el móvil, con tan solo pulsar un botón y no tener que hacer nada más.
Los pagos móviles, que están por llegar, se han marcado como objetivo que las transacciones sean lo más cómodas y seguras posibles para nosotros. Un futuro que parece brillante e ideal, como nos han retratado en ocasiones películas, pero donde también existe una serie de peros y problemas que todavía no hemos logrado resolver.
Tecnología en la piel y para cubrir nichos muy concretos
Ahora que hemos hecho la reflexión y la puesta en escena, es hora de que hablemos de lo que veremos en los próximos meses. Las prendas serán protagonistas y veremos ejemplos de todo tipo. Desde calzados que se ajustan a cómo andamos a parches para hacer deporte y cuantificar cómo nos movemos.Tan solo tenemos que ponerlo en nuestro cuerpo y dejar que funcione hasta que nos avise de que se ha terminado la batería.
En ese nicho, una de los proyectos más interesantes es el de MC10, una empresa de Massachusets encargada de crear pequeños ordenadores que se adhieren a la piel y funcionan de forma autómática e independiente. Nunca mejor dicho, llevaremos la tecnología puesta. De momento se encuentra en desarrollo pero en breve veremos aplicaciones varias.
Hacerse invisible significa también abrir un nicho de mercado a tecnología de todo tipo. Gracias a la miniaturización, podemos ponerla en muchos más sitios y atender así necesidades más concretas. Desde joyería con sistemas de notificación a riego controlado con el teléfono móvil para los amantes de la jardinería.
No es oro todo lo que reluce
La idea de hacer invisible la tecnología suena ideal pero tiene una serie de inconvenientes que no siempre tenemos en cuenta. Camuflarla y ocultarla a nuestros ojos hace que todo se automatice más y que, por extensión, perdamos el control de lo que estamos haciendo.
Sabemos lo que ocurre, iniciamos la acción esperando una reacción pero el proceso intermedio lo desconocemos. Si falla, no sabemos a qué se debe, no podemos solucionarlo, no hay forma de intervenir para arregarlo o, al menos, sabemos cómo solucionarlo.
Es una obviedad que este avance nos hará la vida más fácil pero también perderemos el control de determinados objetos, no sabemos cómo funcionarán, y por extensión no estar al corriente de lo que sucede y ahí se mezclan cuestiones importantes como la privacidad o la información que se comparte.
Esta simplificación hará que estemos más atentos, que nos fijemos más en todos los detalles y seamos conscientes de lo que está ocurriendo. Algunas tendencias, como el internet de las cosas, ya han demostrado que a pesar de sus grandes promesas, tienen problemas de seguridad. Según un estudio de HP, el 70% de los dispositivos relacionados con el internet de las cosas son susceptibles de ser hackeados.
Tampoco hemos de olvidar cómo el uso de la propia tecnología puede comprometer la privacidad de los demás. Si Gartner nos daba un dato positivo con su informe (en 2017 un buen número de wearables será invisible) también nos deja con uno más inquietante: de aquí a 2018 se van a vender 25 millones de wearables en forma de gafas. Teniendo en cuenta que muchas de ellas no serán visibies (y algunas tendrán capacidad para tomar fotos o grabar vídeo como Google Glass) esto significará un problema que de momento la ley no regula.
Es importante seguir todo lo relacionado con la innovación y los principales avances en tecnología pero también cuestionarse su utilidad, si todo lo que aparece es tan bueno y prometedor como nos quieren hacer entender sus creadores. Volverse invisible, pero teniendo más presente que nunca qué podemos hacer, y qué consecuencias tiene.