Lee Miller, mil vidas surrealistas
Miller quedó impregnada del olor que sintió en las fábricas de muerte del nazismo hasta su final de su vida, en 1977. Las imágenes que captó de esos momentos con su cámara son lo más conocido de su trayectoria. Pero la de reportera de guerra fue sólo una de las muchas vidas que tuvo, antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Vidas, todas ellas de la primera a la última, surrealistas, alejadas de los patrones convencionales.
Esta visión global es la que se impone en la nueva exposición de la Fundación Miró patrocinada por la Fundación BBVA, en la que además se ha puesto foco sobre una de las facetas menos conocidas de la artista: su papel determinante en la eclosión del surrealismo en Gran Bretaña.
El magnate editorial Condé Nast, descubridor de Miller, describió a la joven “como esa mujer que tiene la cualidad intangible de chic”, la encontró en una abarrotada calle de Nueva York en 1927. Con solo 19 años protagonizó como modelo una de las portadas de Vogue más significativas del Art Decó. Esto provocó que diseñadores como Lanvin o Chanel se interesasen por la belleza de esa mujer. Realizó sesiones fotográficas y anuncios, uno de ellos con polémica por el uso de su imagen en la firma de compresas Kotex, algo que escandalizó a la sociedad de la época. En concreto a sus vecinos de la localidad de Poughkeepsie, al norte de Nueva York, donde nació en 1907.
De delante hacia detrás
A pesar de su fama en las revistas, tras dos años decidió dar el salto de modelo a fotógrafa. Su interés en ponerse detrás de las cámaras le llevaría en 1929 hasta el café de París ‘Le Bateau Ivre’, donde conocería al célebre Man Ray. El artista la convirtió en su aprendiz y utilizó el cuerpo desnudo de Miller como un experimento de la fotografía surrealista. Elizabeth Miller abrazó el surrealismo, con Picasso, Dalí o Jean Cocteau entre su círculo de contactos.
Lee Miller. Artículos de baño. Vogue Studio, Londres, 1941 Copia cromogénica moderna. Lee Miller Archives, East Sussex, Inglaterra - Fundación BBVA
Después de su paso por París y de dejar una larga lista de amigos y de romances, volvió a Nueva York donde cosechó un gran éxito inmortalizando a personajes como Charles Chaplin o Gertrude Lawrence. Su espíritu libre ajeno a la moral de la época le hizo cambiar de rumbo muy pronto. Se casó con Aziz Eloui Bay, un diplomático con residencia en El Cairo. En la tierra de los faraones volvió a rodearse de los intelectuales del momento. A finales de la década de los años 30 conoció al surrealista británico Roland Penrose, del cual se enamoró y con quién viajaría por los Balcanes explorando la vida rural.
Tras meses cubriendo los destrozos de la guerra, Lee Miller se tomaría una de sus fotos más simbólicas en la bañera de Adolf Hitler en el 16 de Prinzregentenplatz en Múnich, el mismo día que el Führer se suicidaba. Las botas embarradas y su gesto nada tenían que ver con aquella joven que se vestía con diseños de firma y acudía a las tardes de la alta sociedad neoyorquina.
Lee Miller. Henry Moore y su escultura 'Mother and Child'. Farleys Garden, East Sussex, Inglaterra, 1953 Copia moderna a la gelatina de plata. Lee Miller Archives, East Sussex, Inglaterra - Fundación BBVA
Pocos podían pensar años antes que aquella modelo que posaba para Edward Steichen acabaría teniendo un destino algo similar al del fotógrafo que Vogue hacía llamar “El Coronel”. Si éste ejerció como fotógrafo de la armada de los Estados Unidos antes de dedicarse a la moda, Lee Miller dejaría de lado su trayectoria de musa para lanzarse a los brazos de la diosa Atenea, como una de las reporteras bélicas más representativas del s.XX.
Se cuenta que cuando oyó el rumor de que su amada París estaba a punto de ser liberada en 1944, viajó hasta allí para vivirlo en primera persona. “No seré la primera mujer periodista en escena, pero sí la primera dama fotógrafa”, dijo al respecto. Otra anécdota de la liberación de París es que fue a visitar a su amigo Pablo Picasso y este al verla dijo: “No esperaba que el primer soldado aliado que viese serías tu”. Para Miller la fotografía “encajaba a la perfección con las mujeres como profesión”, ya que pensaba que las mujeres eran más rápidas y flexibles que los hombres. “Creo que tienen una intuición que ayuda a entender personalidades más rápido que los hombres”, solía comentar Miller.
El terror pasó factura
El nazismo sacó todo el potencial de Miller como fotógrafa, pero le dejaría unas secuelas de por vida. Los horrores que vio y una complicada infancia, le llevaron a tener desórdenes de estrés postraumático y brotes de depresión. Continuaría trabajando puntualmente con proyectos para Vogue o los retratos que hizo a Picasso o a Tapiès para los escritos que haría sobre ellos su marido, Roland Penrose. Alcohólica, murió en su casa de Farley Farm en East Sussex, Reino Unido, 1997.
Detrás del nombre de Lee Miller descansan la belleza de la joven que dominó portadas de la revista Vogue en la mitad de los años veinte del siglo pasado; la sensualidad de la musa que tuvo a sus pies a Man Ray; la mirada provocadora de la fotógrafa que se unió al movimiento surrealista; la entereza de la fotoperiodista que registró la calamidad de la Segunda Guerra Mundial; la sombra de la madre ausente que se amparó en el whisky.