La Junquera: historia de un joven agricultor que lucha por devolver la vida a su tierra
Una finca con más de 200 años de historia se ha convertido en un punto de encuentro para la transformación y la sostenibilidad. Y también para luchar contra el cambio climático y la despoblación rural. En Murcia y a más de 1.000 metros de altura, los responsables de La Junquera tienen los pies, y las manos, en la tierra: han apostado por la agricultura regenerativa para dar una segunda vida a este ecosistema. Todo esto ha sido posible gracias a la iniciativa de un joven agricultor que se atrevió a cambiar la forma de hacer las cosas.
Cuando Alfonso Chico de Guzmán regresó a la finca que su tatarabuelo había comprado casi 200 años antes, lo hizo con un objetivo muy claro: transformar sus tierras, cada vez más yermas y castigadas por los monocultivos y la desertificación, y darles una nueva vida. Apostó por métodos de agricultura regenerativa, permacultura y reforestación. Métodos que para muchos sonaban extraños, pero que prometían una solución.
Hoy, la finca de La Junquera es un ejemplo de cómo las técnicas sostenibles pueden transformar la tierra y los ecosistemas. Es, además, un punto de encuentro en el que convergen proyectos de educación, investigación y emprendimiento que han transformado una zona prácticamente abandonada en un hervidero de actividad.
Alfonso pertenece a la quinta generación de la familia Chico de Guzmán que dedica su vida y su trabajo a La Junquera. Es la persona que decidió cambiarlo todo e introducir una nueva forma de trabajar basada, sobre todo, en la sostenibilidad.
Alfonso Chico de Guzmán regresó a la finca que su tatarabuelo había comprado casi 200 años antes para recuperar la tierra.
Del cáñamo a la permacultura
Hace casi 200 años, de esta finca murciana salía el esparto que los astilleros del puerto de Cartagena convertían en cuerdas y velas para construir navíos. La finca, que el empresario Diego Chico de Guzmán Figueroa había comprado en 1829, era también una de las principales productoras de cáñamo de la zona.
La historia de La Junquera ha estado ligada a la de la familia Chico de Guzmán desde entonces. “La finca está en mi familia porque la compró mi tatarabuelo durante la desamortización de Riego de 1829”, explica Alfonso Chico de Guzmán, agricultor en La Junquera. “Desde entonces, ha ido pasando por varias generaciones hasta que la heredó mi padre, quien ahora es el dueño”.
Los terrenos han estado ligados a otra realidad: la de la despoblación del mundo rural, el cambio climático y el deterioro de las tierras agrícolas. Cuando el esparto y el cáñamo empezaron a perder valor, las tierras comenzaron a dedicarse en exclusiva al cultivo de cereal. Más adelante, la desertificación y las sequías provocaron que estos monocultivos dejasen también de ser rentables y atractivos.
La Junquera se sitúa en pleno altiplano murciano-granadino, una zona a más de mil metros de altitud sobre el nivel del mar (y, a la vez, muy cerca del mismo) caracterizada por sus temperaturas extremas y sus bajas precipitaciones. Durante las últimas décadas, su suelo fue expuesto a las inclemencias del sol y el viento, a la sobreexplotación de los acuíferos y la pérdida de la biodiversidad. Fue testigo y consecuencia de la desertificación.
“Para las fincas rurales de la zona, la desertificación supone que la tierra sea cada vez menos fértil y que la producción, la rentabilidad y el futuro se agoten. Esto va a peor hasta que ya no se puede seguir adelante”, señala Chico de Guzmán. “Cuando esto sucede, hay que buscar soluciones. Nosotros las hemos encontrado en las técnicas de agricultura regenerativa y en la permacultura. Pero este es un proceso que nunca termina: siempre hay nuevas soluciones que se pueden probar, aspectos a mejorar y nuevos proyectos”
Una de las misiones que tiene La Junquera es recuperar la tierra mediante la agricultura regenerativa.
Una segunda vida para La Junquera
El equipo de La Junquera comenzó a trabajar con prácticas regenerativas a partir de 2015. Por aquel entonces, las más de 1.000 hectáreas del terreno perdían cada año toneladas de tierra fértil. Uno de los primeros pasos para detener su deterioro fue abandonar los monocultivos y apostar por la diversificación.
“Pasamos de dos tipos de cereal a cuatro, y añadimos leguminosas, almendros, pistacheros, manzanos, plantas aromáticas, hortalizas… En cuanto a los animales, antes solo teníamos ovejas, y ahora contamos también con vacas de raza murciano-levantina, que están en peligro de extinción. Además, hemos mejorado las técnicas de pastoreo para evitar la degradación de los suelos”, explica.
Para mejorar la calidad del suelo, protegerlo de la erosión y aumentar su capacidad de secuestrar carbono, se incluyeron cultivos de cobertura y se comenzó a enriquecer su materia orgánica con un proyecto de vermicompostaje (un proceso de compostaje rápido mediante lombrices de tierra y microorganismos que, además, favorece la economía circular).
La lista sigue: para administrar los recursos hídricos, se abrieron más de diez kilómetros de zanjas de infiltración que siguen las curvas de nivel de la finca, distribuyen la escorrentía y evitan la erosión. Además, se construyeron decenas de estanques y charcas para retener el agua durante la temporada seca. Todo esto tiene un impacto en la calidad del suelo y de los cultivos, y también en la biodiversidad.
“Hemos notado un cambio muy grande en relación con la biodiversidad. Por ejemplo, en la presencia de polinizadores”, señala Chico de Guzmán. “Llama la atención también el cernícalo primilla, una especie en peligro de extinción en Murcia y una de las más icónicas de la finca. Cuando yo llegué, hace unos diez años, había ocho parejas. Empezamos a hacer tejas nido, anidamientos y agricultura regenerativa, y todo esto los ayudó. En el último censo había ya 32 parejas”.
El impacto también ha sido social. La transformación de La Junquera ha valido para que cada vez más personas se acerquen a conocer sus métodos y su filosofía. Y muchas lo hacen para quedarse. “La finca es más rentable y tiene muchísimos más trabajadores. Ha pasado de haber ruinas y casas que se estaban cayendo a tener una pequeña comunidad de personas que viven todo el año aquí”, explica Alfonso.
La Junquera comenzó a trabajar con prácticas regenerativas a partir de 2015.
El lado más social
Uno de los grandes objetivos de La Junquera es tener un impacto positivo no solo a nivel medioambiental, sino también económico y social. Por ello, en la finca han ido surgiendo una serie de proyectos que la han convertido en un verdadero hub de innovación. Uno de ellos es la Regeneration Academy, una iniciativa que ofrece formación en el ámbito de la agricultura regenerativa y la restauración de ecosistemas, a la vez que colabora en proyectos de investigación.
“Formamos a personas que van a tomar decisiones importantes en el futuro, que van a liderar empresas o a estar en organismos públicos”, explica Jacobo Monereo, codirector de la academia. “La educación es la principal herramienta de cambio, sobre todo a la hora de introducir conceptos. Las nuevas generaciones van a lidiar con el cambio climático y el cambio de modelo que estamos viviendo ahora, por lo que queremos darles una visión nueva de qué son la agricultura, el mundo rural y el campo, y la importancia que tienen”.
Para el codirector, lo más gratificante de su labor es ver cómo los estudiantes cambian su percepción y su modo de interactuar con el medio rural tras pasar por la academia. “La Junquera es un lugar donde puedes entender de verdad tanto el problema como las soluciones. Formarse aquí hace ver las cosas de forma diferente. Si te cuentan esto en un aula o en un webinar, puede que a los pocos días o nada más apagar el ordenador te olvides. Aquí los estudiantes lo viven en primera persona y se llevan la experiencia para siempre”.
Uno de los objetivos de La Junquera es también tener un impacto positivo a nivel económico y social.
Un campamento internacional
Por La Junquera pasan también cada año voluntarios que llegan de cualquier parte del mundo. Lo hacen para participar en el Campamento Altiplano, un proyecto agrícola-educativo regenerativo que busca restaurar un ecosistema degradado. En sus cinco hectáreas de terreno, se experimenta con diferentes técnicas para mantener el sistema productivo, incrementar la biodiversidad y mejorar la calidad del suelo y el uso del agua.
“La iniciativa tiene también una parte educacional: acogemos a voluntarios que colaboran en estas tareas”, explica Silvia Quarta, coordinadora del campamento. “Son personas, muchas de ellas jóvenes que acaban de terminar sus estudios, que tienen interés en el medioambiente y quieren poner las manos en la tierra, literalmente. Aquí encuentran un lugar donde poner en práctica un sistema productivo diferente, estar en contacto con la naturaleza y sentir que están aportando algo importante”.
La Regeneration Academy, el Campamento Altiplano y el resto de los proyectos ligados a La Junquera han servido para llenar de actividad una zona que, hasta hace no mucho, era un ejemplo de despoblación. “Aquí vivimos entre 15 y 20 personas, y llegamos a ser hasta 30 cuando vienen los voluntarios”, señala Chico de Guzmán. “Antes había uno o dos trabajadores fijos, y ahora entre esta y otras fincas tenemos 20. Si a esto le sumamos los visitantes y otras personas que desarrollan aquí sus propios proyectos, vemos que ha pasado de ser un sitio muy vacío a estar lleno de vida”.
Premio a la sostenibilidad
Tanto Quarta como Monereo han visto aumentar el interés por estas iniciativas de La Junquera durante los últimos años. Un interés que refleja una preocupación creciente por la necesidad de hacer del mundo un lugar más equilibrado y consciente.
“En diez años ha cambiado muchísimo la percepción de la sociedad respecto a la sostenibilidad. Antes nadie hablaba de agricultura ecológica. Mi padre, cuando leía algún artículo sobre este tema en la prensa, lo recortaba y me lo pasaba. Esto pasaba una vez cada seis meses, y ahora ya ha dejado de pasármelos, porque encuentra varios al día”, cuenta Alfonso.
“El año de los confinamientos por la pandemia de la covid-19 tuvo un impacto bastante grande a la hora de generar conciencia a nivel individual”, añade Quarta. “Nos hizo darnos cuenta de la importancia de estar en contacto con la naturaleza y cuidar de ella”. La Junquera es, hoy, un ejemplo de cómo la sostenibilidad puede transformar el mundo rural y dar una nueva vida a la agricultura. La iniciativa se hizo en 2020 con el premio al Mejor Productor Sostenible que BBVA otorga en colaboración con El Celler de Can Roca. Reconocimientos como estos les ayudan a seguir mejorando y lograr sus objetivos.