Extrovertidos financieros: así son los ciudadanos que toman las mejores decisiones sobre su economía doméstica
Las finanzas son como los idiomas. Es necesario conocer su léxico y su gramática, pero un cierto grado de autoconfianza y extroversión resulta imprescindible para hablarlos con fluidez. Las investigadoras Laura Núñez, Ana Cristina Silva y Patricia Sánchez se han propuesto evaluar los conocimientos financieros de los españoles y su incidencia en el bienestar y la salud financiera de los hogares.
“Adquirir una educación financiera básica tiene un efecto empoderador”, afirma con relajada contundencia Laura Núñez Letamendia, profesora e investigadora en la IE Business School de Madrid. No solo “ayuda a tomar mejores decisiones económicas”, también “refuerza la confianza que las personas tienen en sí mismas como agentes económicos eficientes y válidos”.
Sánchez, Núñez y Ana Cristina Silva, profesora de finanzas en el Merrimack College de Massachusetts, llevan años analizando el ahorro familiar y el impacto que la economía doméstica tiene sobre la salud y el bienestar de las personas. Consideran que “tanto las estrecheces económicas objetivas como la sensación de que no se tiene un pleno control de los recursos disponibles o de lo que implican decisiones financieras cotidianas son, para muchas personas, motivo de insatisfacción, estrés o angustia”.
En su interés por este tema hubo un punto de inflexión decisivo, “el intenso sufrimiento social que causó en España la crisis de 2008”. Un sufrimiento que se debía, por supuesto, a causas en su mayoría objetivas, pero que podría haberse paliado, en opinión de Núñez, “con algo más de empoderamiento financiero”.
El de las tres investigadoras es un trabajo académico que alterna, según explica Núñez, “criterios cuantitativos y cualitativos e intenta ponderarlos para llegar a conclusiones de aplicación práctica”. Parte de una hipótesis de trabajo que los datos empíricos se están encargando de confirmar: “El conocimiento de una serie de conceptos básicos, siendo muy importante, no garantiza por sí solo una toma de decisiones adecuada. También intervienen otros factores que hacen que esta correlación resulte bastante más compleja de lo que podría parecer a simple vista”.
El estudio, financiado con una ayuda del programa EduFin Research Grants de BBVA, se basa en analizar los conocimientos que tiene la población sobre conceptos financieros básicos como inflación, diversificación e interés simple y compuesto. Ese conocimiento se cruza con variables como “el nivel de ahorro y de deuda de las familias y también cómo se sienten, su grado de satisfacción subjetiva con el control que tienen sobre sus finanzas y el nivel de empoderamiento financiero”, explica Núñez.
Este último factor, definido por Silva como “la confianza de cada persona en su capacidad para llevar a cabo gestiones financieras”, resulta crucial. Núñez explica que no tiene por qué “coincidir de manera exacta con el nivel objetivo de conocimientos, aunque sí se aprecia una cierta correlación”. Silva lo compara a lo que ocurre con el uso práctico de un idioma extranjero: “No siempre los que tienen mayores conocimientos de léxico o gramática son los que mejor se manejan en conversaciones. Influye también el grado de extroversión, facilidad comunicativa, proactividad y actitud positiva de cada individuo”.
Eso sí, los “extrovertidos financieros”, los que tienen una gran confianza en su forma de administrar la economía del hogar o de obtener las mejores condiciones cuando solicitan un préstamo o crédito hipotecario, necesitan una base sólida para que el exceso de confianza no les induzca a tomar malas decisiones.
La satisfacción como vara de medir
Sánchez, Núñez y Silva parten de la escala del bienestar de la Oficina para la Protección Financiera del Consumidor, CFPB, por las siglas en inglés de 'Consumer Financial Protection Bureau'. Este índice mide el grado de vulnerabilidad y salud financiera de los estadounidenses y lo aplican a los resultados de la encuesta a 1.500 hogares españoles que el Observatorio del Ahorro Familiar realizó en marzo de 2021. A partir del diagnóstico que ambas herramientas les proporcionan, aspiran a fortalecer la seguridad financiera de las familias, aportándoles no solo conocimientos útiles, sino también la confianza necesaria para utilizarlos.
Laura Núñez, Ana Cristina Silva y Patricia Sánchez, autoras del estudio centrado en evaluar la relación entre el bienestar de las personas y la economía doméstica.
Está previsto que el estudio finalice en diciembre de 2022, pero sus autoras han llegado ya a una serie de conclusiones provisionales. La primera, que la educación financiera en los ciclos formativos de niños y adolescentes tal vez no se esté impartiendo de manera óptima.
Para Silva, “en el actual sistema, vigente con matices tanto en España como en Estados Unidos, un profesor llega un día y explica a los niños una serie de conceptos básicos, pero que poco o nada tienen que ver con sus vidas. Al año siguiente, viene otro e intenta explicarles otro par de conceptos, más elaborados, cuando lo más probable es que ni siquiera recuerden los anteriores”.
En opinión de Núñez, una mejor alternativa sería un modelo de aprendizaje “con mayor continuidad y más experimental que didáctico”. Se trata de que todos los ciudadanos “cobren conciencia desde niños del enorme papel que la economía va a jugar en sus vidas”. Silva añade que la educación financiera básica que todo el mundo debería recibir, tendría que partir “ de conceptos muy sencillos de entender cuando los aplicas a casos prácticos y que ni siquiera exijan una base matemática sólida”.
Estudiantes de finanzas que cometen errores de principiante
Su proyecto es también un intento de contribuir a la necesaria transferencia de conocimiento desde las aulas universitarias al conjunto de la sociedad: “Nociones así resultan tan esenciales que no pueden quedarse en las aulas”.
A veces, según especifica Silva, ni siquiera los alumnos universitarios tienen un grado de ilustración financiera adecuada: “Con frecuencia pasan de los cuatro conceptos abstractos y superficiales que les enseñaron en la infancia a conocimientos técnicos muy específicos, pero la verdadera educación financiera básica, la que de verdad resulta útil para la vida, queda en un limbo intermedio”. Muchas personas la adquieren “a golpes” en cuanto empiezan a actuar como agentes económicos autónomos.
Eso explica que algunos de los alumnos de Silva en Massachusetts, “universitarios estadounidenses con buenos expedientes que cursan estudios financieros superiores” cometan errores de principiante como “perder sus ahorros en inversiones tan especulativas y volátiles como las criptomonedas”. Lo hacen por curiosidad, por la predisposición al riesgo de los jóvenes o por una fe supersticiosa en la cultura del enriquecimiento rápido, pero también “por desconocimiento de la lógica financiera más elemental”.
Lo peor, en su opinión, es que estos fracasos precoces pueden generar en ellos un efecto de aversión excesiva al riesgo financiero. Pueden desalentar la cultura del emprendimiento, porque un verdadero emprendedor “asumirá riesgos, aunque siempre calibrándolos con información y sensatez”. Los programas educativos del futuro deberían elaborarse, según las investigadoras, “partiendo de métricas que evalúen con la máxima precisión posible los resultados que obtienen en función a unos objetivos concretos predeterminados”.
No hay capacidades inoxidables
En general, según cuenta Núñez, “las capacidades financieras son como las informáticas: dependen del uso frecuente, se oxidan si no se practican”. Están al alcance de cualquiera, pero hay que refrescarlas y ejercitarlas. Uno de los aspectos originales del enfoque de Núñez y Silva es que cruza, calibra y pondera aspectos objetivos, como el nivel de ahorro y deuda de una familia y la profundidad de su conocimiento financiero, con su grado subjetivo de satisfacción y bienestar.
El objetivo del estudio, financiado con ayuda del programa EduFin Research Grants de BBVA, es el de ayudar a las familias a ser resilientes desde el punto de vista económico.
Para Núñez, el primer objetivo de su investigación sería “ayudar a las familias a ser resilientes desde el punto de vista económico, a poder hacer frente a sus gastos ahora y en el futuro”. Y el segundo, “empoderarlas y aumentar su grado de satisfacción subjetiva”. Sin resiliencia no hay empoderamiento. Pero la resiliencia por sí sola no asegura ese extra de bienestar que proporciona saberse capaces de controlar de manera eficiente tus propias finanzas.
El estudio está permitiendo llegar a conclusiones significativas también desde una perspectiva de género. Núñez lo sintetiza en una frase: “De la base de datos se desprende que los hombres muestran mejor conocimiento de la diferencia entre un interés simple y compuesto, pero las mujeres entienden mejor el concepto de inflación, que es el que tiene más impacto sobre las economías domésticas”.
Este último dato podría hacer pensar en que ellas siguen encargándose en mayor medida de la intendencia del hogar y, por tanto, dan prioridad al 'learning by doing' (conocimiento basado en la experiencia) sobre la teoría. Pero Núñez aporta otra posible explicación, también apoyada por los datos empíricos: “Del estudio más cualitativo de las respuestas erróneas se deduce que las mujeres tienen mayor tendencia a contestar “no lo sé” cuando tienen conocimientos parciales o no muy firmes de un asunto concreto. Los hombres son, en general, algo más asertivos, menos prudentes y tienden a sobrevalorar más sus conocimientos”. Conclusiones, en fin, a las que se llega cuando se interroga a los datos y ellos te cuentan la historia que esconden.