Glosario científico: las claves para entender la lucha contra el coronavirus
La información científica, y muchos conceptos de nicho imprescindibles para abordarla, han dado el salto a la gran pantalla como consecuencia de la crisis del coronavirus. Lejos del vértigo ante lo desconocido, entender bien los conceptos científicos que están detrás de la batalla que estamos librando contra el COVID-19 nos permitirá digerir la información y poder asimilar mejor la magnitud del problema, así como la esperanza de la ciencia ante posibles soluciones y cómo funciona el mecanismo biológico detrás del virus SARS-CoV-2.
Cuanta más información práctica comprendamos, menos incertidumbres tendremos y con ello podemos reducir también la ansiedad o el miedo. La ciencia es la clave para solucionar la amenaza para la salud que supone el COVID-19 y por eso recopilamos a continuación algunos conceptos útiles para poner en perspectiva toda la información científica que consumimos a diario, directa o indirectamente.
Zoonosis: es el proceso por el cual se transmiten de forma natural enfermedades de los animales el ser humano a través de la exposición directa o el consumo de alimentos derivados de los mismos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) mantiene una vigilancia constante sobre este fenómeno a través del sistema GLEWS, con el que agrega y coordina mecanismos de la alerta de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE). El virus del ébola, el del zika, la rabia, el dengue o la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo (CCHF) son algunos ejemplos de las enfermedades zoonóticas que estos organismos vigilan. De momento, no hay confirmación científica de cuál es el animal que dio origen al virus SARS-CoV-2, aunque sí se ha estrechado el cerco alrededor de murciélagos y pangolines, pues son reservorios de virus bastante parecidos al SARS-CoV-2.
Ecoepidemiología: la epidemiología permite hacer un seguimiento de cuántas personas tienen una enfermedad, cómo la contraen y cómo afecta esto a la sociedad y la economía. Además, tiene un papel clave en la protección de la salud pública y puede proporcionar información valiosa para el desarrollo de nuevos medicamentos y sistemas de protección ante una enfermedad particular, como en el caso de el COVID-19. De esta ciencia deriva una versión más actualizada: la ecoepidemiología (o ‘landscape epidemiology’ en inglés), que tiene el objetivo de integrar modelos complejos que expliquen la multidimensionalidad del proceso de salud a diferentes niveles. A saber, el medioambiente, el comportamiento de la población, e incluso la evolución de los sistemas celulares y moleculares.
Inmunología: es la ciencia que estudia los mecanismos fisiológicos de respuesta del organismo ante microorganismos, toxinas o antígenos que lo atacan. En este momento, queda mucho por saber sobre cómo responden las personas infectadas por el virus SARS COV-2. Sin embargo, los estudios preliminares realizados hasta la fecha en animales apuntan a que la reinfección no es posible. Lo que sí saben virólogos e inmunólogos es que los virus mutan de forma natural. Precisamente por su condición de parásitos, deben adaptarse de la mejor manera posible a su huésped. En esa evolución, en la que también puede haber errores, siguiendo esa lógica de supervivencia, el virus evolucionaría hacia versiones más contagiosas y menos letales, tal y como confirman estudios preliminares.
Virus: según la Sociedad Española de Virología (SEV), los virus no tienen metabolismo propio, pues son entidades replicativas, por lo que no se les considera seres vivos. Esto implica que necesitan a otros organismos para vivir y reproducirse, como los parásitos. Lo que sí tienen los virus es material genético (ARN o ADN, según la familia a la que pertenezcan), proteínas y en algunos casos también una membrana líquida o grasa. El virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, proviene de la familia Coronaviridae (coronavirus), al igual que sus hermanos SARS-CoV (responsable de la epidemia del SARS en 2002) y MERS-CoV (que produjo la epidemia del síndrome respiratorio de Oriente Medio en 2012).
Imagen tomada a través de un microscopio electrónico que muestra al virus SARS-CoV-2 (amarillo) emergiendo de la superficie de células cultivadas en el laboratorio. - Crédito: NIAID-RML
Coronavirus: según la Sociedad Británica de Inmunología se han encontrado hasta la fecha siete tipos diferentes de coronavirus en personas que causan enfermedades respiratorias e intestinales. Estos virus tienen forma esférica y están recubiertos de picos de proteína que les ayudan precisamente a unirse a las células sanas e infectarlas. Esa esfera con puntas evoca la forma de una corona, por lo que esta familia de virus recibe el nombre de coronavirus. La membrana que recubre a los coronavirus puede destruirse gracias a jabones y alcohol, por lo que lavarse las manos durante esta epidemia es fundamental para combatir el virus. Si se destruye esa membrana, las proteínas ya no pueden infectar a las células sanas ni comunicarse con ellas.
Vacunas: la ciencia básica que hay detrás de este método de control de enfermedades es la inoculación controlada de una infección para poder generar los anticuerpos necesarios para combatirla y, a la vez, evitar que se desarrollen síntomas severos. El proceso de desarrollo de una vacuna sigue unas fases muy rigurosas de evaluaciones y ensayos clínicos y, además, siguen siendo evaluadas regularmente una vez están en el mercado, tal y como explica la OMS. El objetivo de la inoculación es conseguir una respuesta similar a la que se produciría nuestro sistema inmune con una infección natural. Este método de prevención de enfermedades es uno de los grandes éxitos de la ciencia del siglo XX, aunque la historia de este descubrimiento se remonta a unos siglos atrás. Actualmente la Organización Mundial de la Salud contabiliza hasta 60 proyectos de investigación para desarrollar la vacuna que consiga frenar la epidemia del virus SARS-CoV-2. El enorme esfuerzo internacional en la coordinación de las herramientas de investigación hace pensar a la OMS que la ansiada vacuna podría estar lista en un plazo de 18 meses, lo que sin duda sería un hito histórico para la ciencia.