El método científico, contra las cuerdas por COVID-19: riesgos de una investigación acelerada
La búsqueda de la vacuna para el COVID-19 es un reto para los protocolos, los tiempos y las patentes en el mundo de la ciencia. La velocidad de vértigo que ha asumido la investigación desde principios de año ha puesto al método científico contra las cuerdas, generando la eclosión de fenómenos como los ‘preprints’o prepublicaciones (artículos sin revisión de otros científicos) y los resultados preliminares, que ahora se convierten en noticia en los medios de comunicación.
Las ‘fake news’ se han trasladado al mundo de la investigación científica aprovechando que la incertidumbre, una compañera habitual para los investigadores, genera confusión en los medios de comunicación y estrés en los ciudadanos que demandan la seguridad de la certeza. Pero, ¿cómo se llega a la certeza en ciencia?
El método científico, que se materializa en la publicación de artículos en revistas especializadas, se originó en el siglo XVII, a partir de las reuniones de científicos que compartían los resultados de su investigación con sus colegas al calor de un refrigerio. De estas reuniones periódicas surgieron las primeras sociedades académicas, como la Royal Society (1660) o la Academia de Ciencias de Francia (1666).
Una reunión de la Royal Society en Crane Court, 1873. Ilustración de Walter Thornbury - Imagen: The British Library Commos Collection
Una ciencia impaciente ante el COVID-19
Cambiar de opinión, para un científico, es una práctica casi imperativa, pues su postura se debe a la evidencia, y no a la creencia. Sin embargo, la sociedad y la política no están acostumbradas a esos virajes y la incertidumbre produce desconfianza. Así, la ansiada solución contra el virus SARS-CoV-2 se convierte en una trampa para las propias bases del método científico.
Daniel Torres, investigador de la Universidad de Granada, declaraba en El País que según sus cálculos, “el ritmo exponencial de publicaciones sobre el virus SARS-CoV-2 se duplica cada dos semanas”, un dato que coincide con el análisis de Sean Gourley, fundador de Primer.ai, una empresa de inteligencia artificial que ha desarrollado un sistema de monitorización de la investigación sobre el nuevo coronavirus. En la base de datos de investigaciones sobre COVID-19 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) hay recogidas, en la fecha de publicación de este artículo, más de 16.000 investigaciones. Según datos de El País, esta avalancha de investigaciones contrasta con las cifras históricas sobre investigación en coronavirus ya que, desde 2004 se ha publicado una media de 3.000 artículos al año. Si este dato se compara solamente con las cifras del repositorio de la OMS, la media mensual sería (hasta la fecha) de unos 3.200 artículos al mes desde que comenzara la pandemia de COVID-19.
¿Es posible dar este salto en cantidad de artículos garantizando la calidad de las investigaciones? En circunstancias normales un estudio tarda meses o incluso años en completarse, y después vendría la revisión por parte de otros científicos, lo que permite que finalmente el artículo se ponga en circulación en las revistas científicas. Sin embargo, según un artículo que ha comparado los tiempos de publicación en revistas científicas antes y durante la pandemia, los plazos se habrían reducido un 49%, a casi la mitad del tiempo. Para que esta aceleración sea viable se han tenido que dar cambios en el proceso científico como tal. Un ejemplo ilustrativo de esta nueva reorganización es el grupo de científicos que, bajo el paraguas de la Royal Society, se ha organizado para calendarizar las revisiones de los artículos y dinamizar así el proceso, tal y como explica la revista Nature.
Los plazos también se han acelerado en un esfuerzo colectivo que, sin duda, marca un hito en cuanto a colaboración científica. Por ejemplo, el borrador de la secuencia del genoma del virus SARS-Cov-2 se completó en apenas 10 días, desde que China alertara a la OMS de la aparición del virus el 31 de diciembre de 2019 hasta la publicación de dicha secuencia a principios de enero. Este proceso, en condiciones normales, suele llevar meses. Además, esta secuencia se ha puesto a disposición de investigadores de todo el mundo, lo que ha permitido analizar la evolución del virus gracias a las miles de variantes que se han publicado desde entonces.
El mapa interactivo del proyecto Nextstrain permite trazar el mapa de transmisión del virus a través de las variaciones detectadas en su genoma - Imagen: Nextstrain.
En una carta publicada en la revista Science, dos científicos especializados en deontología y ética solicitan que se organice la investigación para publicar ensayos robustos y no pequeñas evidencias inconexas que puedan dar lugar a confusión. Los autores de la carta, Alex John London (Carnegie Mellon University) y Jonathan Kimmelman (McGill University), denuncian que “se han iniciado estudios de fase temprana antes de completar la investigación que se requiere habitualmente” y que, además, los ensayos clínicos “han utilizado estrategias de investigación fáciles de implementar, pero que es poco probable que produzcan estimaciones con efectos imparciales”.
Claves para evitar la ‘infoxicación’ científica
Para poder valorar la veracidad de los artículos científicos y evitar así la intoxicación de esta información es necesario tener algunas cuestiones fundamentales en mente. La metodología de un artículo es fundamental para poder determinar la fortaleza de las conclusiones a las que llega. Es muy diferente si el estudio se ha testado en humanos, en animales o ‘in vitro’, pues en este último caso estaría en las primeras fases de validación.
Metodología y ‘predatory journals’
Por otro lado, cuando leemos información científica es fundamental tener presente la diferencia entre causalidad y correlación. En ciencia, lo determinante es que se establezca una relación de causalidad, pues la mera asociación de factores puede dar lugar a conclusiones precipitadas. Por ejemplo, un estudio puede afirmar que las personas que tienen el número de pie más grande son más propensas a sufrir un infarto, aunque realmente la relación de causalidad no sea entre el tamaño del pie y las posibilidades de padecer una enfermedad cardíaca. La edad de las personas (y por consecuencia, el tamaño de su pie) sería el factor clave para determinar esa causalidad y extraer conclusiones científicas sólidas. Los estudios que mejor pueden certificar una relación de causalidad son los ensayos aleatorios controlados con placebo de doble ciego. En este tipo de estudios, las personas se separan aleatoriamente en dos grupos: unas son sometidas a un tratamiento y a otras se les administra un placebo, es decir, un tratamiento simulado. De esta manera, se puede determinar si la reacción que experimenten es consecuencia o no del tratamiento que se les ha administrado.
El autor y la revista en la que se publica un artículo son dos pistas claves para valorar la solidez del mismo. Por lógica, las revistas más consolidadas para consultar información sobre la enfermedad COVID-19 son las de medicina, biología, virología o salud, como la histórica 'The Lancet' o el 'Journal of the American Medical Association', entre muchas otras. Una amenaza para la fiabilidad de las revistas son las conocidas como ‘predatory journals’, que podrían equipararse a las ‘fake news’ de la ciencia. Una revista depredadora, tal y como la define The Conversation, es aquella que generalmente cobra tarifas altas por publicar a los autores y, además, tiene un proceso poco creíble (o inexistente) de revisión por pares, lo que pone en jaque su credibilidad. Otra señal de alerta para sospechar de un artículo es el conflicto de intereses. Este pequeño apartado aparece al final de todos los artículos científicos y permite comprobar la relación entre los autores y la institución que ha financiado el artículo.
Preprints y revisión por pares
La base de la investigación científica es que otros puedan corroborar los resultados de un artículo siguiendo la metodología del mismo. La revisión por pares, aunque no es una metodología perfecta, sí es una garantía de diferentes perspectivas sobre una misma conclusión, lo que pretende detectar las potenciales fallas que ponen en peligro el objetivo último del método: que el experimento sea replicable. Esta revisión por pares está garantizada en las principales revistas científicas, e implica que un revisor (un científico especializado en la misma materia) sugiera experimentos adicionales o aspectos que los autores iniciales de una investigación hayan podido pasar por alto. De esta manera, se mejorar la integridad y la proeza científica del artículo.
En el contexto de la lucha contra la COVID-19, los repositorios de ‘preprints’ o artículos sin revisar han cobrado importancia. Actualmente, las bases de datos de estos repositorios como medRxiv o bioRxiv albergan miles de artículos, muchos de los cuales circulan en medios de comunicación como fuentes de información científica.