¿El dinero nos da la felicidad?
Típica cuestión a la que solemos responder en base a lo que creemos que quiere oír nuestro interlocutor y lo que queremos que piense de nosotros; si es un compañero, competidor o jefe al que queremos trasmitir nuestra ambición y ganas de trabajar, le contestaremos que el dinero sí da la felicidad. Si queremos dar la sensación de que no somos materialistas, a un amigo o familiar, contestaremos que no.
En una época de crisis tan profunda, en la que mucha gente apenas tiene para llegar a fin de mes o, simplemente, no tiene dinero ni para lo más básico, esta pregunta cobra un cariz diferente, muchas veces dramático: no es lo mismo contestar si se tiene una situación económica holgada que si se pasan apuros financieros.
Las teorías sobre la motivación, desde la conocida pirámide de las necesidades de Maslow a la Toería X e Y de McGregor, tratan de descubrir los factores que llevan a los humanos a actuar en uno u otro sentido.
Se ha discutido mucho sobre los efectos en la motivación (y en la felicidad) que el dinero produce. Evidentemente no nos referimos al dinero como un fin, sino como un medio de conseguir bienes y servicios, además de, no lo olvidemos, poder. No es el lugar para discutir si el dinero da poder o es el poder el que permite hacer dinero, pero el poder, el estatus, la relevancia en un grupo, la capacidad de influir en los demás, es definitivamente un factor a tener en cuenta cuando hablamos de motivación y felicidad.
El factor clave para que un incremento (o disminución) del dinero que poseemos, de nuestra renta o salario mensual, tenga efectos en nuestra psicología emocional y nos motive a hacer algo o nos haga sentir mejor, es la situación inicial de riqueza de la que partimos. Si a una familia que no puede pagar su hipoteca se le aumenta la renta para que pueda llegar a fin de mes, la felicidad de este incremento de dinero es clara. En este caso, el dinero si da la felicidad.
Los humanos nos sentimos felices si somos amados, si podemos amar, si nos podemos realizar como profesionales y si en nuestro círculo social disfrutamos de prestigio en una determinada área. Pero para poder disfrutar de esta situación primero hay que poder comer. Parece una evidencia, pero no lo es. Hasta que no tenemos nuestras necesidades básicas resueltas, y en esto tiene gran parte de influencia el dinero, no podemos disfrutar de factores motivacionales superiores.
Evidentemente no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Pero hay un mínimo de bienestar económico necesario para poder vivir en comunidad. Una vez alcanzado, el dinero deja de ser el protagonista de nuestra felicidad. Para los que viven holgadamente, incrementos de dinero no dan su felicidad. Pero para el que lucha para que los suyos prosperen, el dinero si que da una felicidad cálida y armoniosa.
Cuando tenemos que reducir nuestros gastos mensuales debido a una reducción de nuestros ingresos, es cuando vemos que son los pequeños placeres los que realmente nos dan la felicidad. En mi caso, el euro y pico que gasto en la cerveza de después del trabajo si me da felicidad. No poder sufragar este pequeño capricho sería un motivo de infelicidad muy superior a no poder cambiar de coche.
¿Da el dinero la felicidad? A determinados niveles económicos sin duda. Cuando la riqueza ya es abundante, probablemente no sea el dinero algo que cause mucha euforia y bienestar.
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