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Alpinismo Act. 09 jul 2023

Las piedras Mani, portadoras del buen karma

En el valle del Khumbu, en el Himalaya, reposan las montañas más altas del mundo, aquellas que hay que afrontar con cabeza y valentía y con las que Carlos Soria se entiende bien. Esta región nepalí, ideal para realizar una buena aclimatación antes de subir un ochomil, está delimitada por losas grabadas que se amontonan junto a los senderos y acompañan al caminante en su recorrido. Son pequeñas paredes espirituales: los muros Mani.

A esas losas se les llama piedras Mani y son frecuentes en las zonas donde el budismo tibetano es mayoritario. Es decir, en el Tíbet y en la región del Himalaya de Nepal. A pesar de llamarse muros, no siempre se apilan de manera organizada. A menudo, forman montículos sin ningún tipo de estructura. Incluso, en muchos casos, las piedras tan solo se esparcen a lo largo de caminos y ríos y en las inmediaciones de los pueblos. Los muros se reservan, sobre todo, como ofrenda en los monasterios y en los pasos de montaña.

El muro Mani más grande del mundo está ubicado en la localidad de Xinzhai, en la prefectura autónoma tibetana de China. Bajo el nombre de Jiana, este montículo mide 300 metros de largo, 80 de ancho y 4 metros de altura. En él reposan más de dos mil millones de piedras Mani que se han ido apilando desde hace más de dos siglos.

Las piedras Mani están grabadas con un mantra, igual que en las banderas de colores. No se tienen muchos datos sobre el origen de esta práctica. Lo que sí se sabe es que la talla de estas piedras es también un ritual en sí mismo, una forma de meditación. La caligrafía es elegante y, en ocasiones, se utilizan colores vivos y brillantes. La forma y el tamaño no importan: existen piedras tan grandes como colinas y tan pequeñas como la palma de una mano. Tanto los monjes como los propios habitantes de esas regiones se encargan de tallarlas.

“Om mani padme hum”: alcanzar el Nirvana a través de la oración

El mantra que se repite una y otra vez grabado en las piedras Mani es, en la mayoría de los casos, el Om mani padme hum, el más importante del budismo. La traducción más extendida es “la joya en el loto”, en referencia a esa flor, cargada de simbología, que es la que Buda sostenía en la mano cuando apareció ante sus discípulos una vez alcanzó la iluminación, es decir, el Nirvana.

La peculiaridad del loto es que nace en el cieno del fondo del agua pero florece en la superficie, en busca de luz. Ese arraigo al lodo simboliza el apego a lo material y el camino que recorre desde el barro hacia el agua representa el viaje del alma para alcanzar la iluminación. “Om mani padme hum”, por lo tanto, sintetiza en una metáfora el aprendizaje que deben seguir los budistas, a través de la meditación y del rezo.

 

Fotografía de los muros mani durante el trekking por el Valle del Khumbu de Carlos Soria con BBVA
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El mantra más importante en el budismo es el “Om mani padme hum”

Pero existe otra interpretación que complementa lo anterior, expuesta por Patrul Rinpoche, uno de los grandes maestros de la cultura tibetana del siglo XIX, en su obra El tesoro del corazón de los iluminados. Según él, recitar cada una de estas sílabas te ayuda en el dominio de las principales enseñanzas budistas. Así, “om” es generosidad; “ma”, la ética pura; “ni”, la tolerancia y la paciencia; “pad”, la perseverancia; “me”, la concentración y “hum”, la sabiduría.

Al buen karma se le atrae por la izquierda

Los muros Mani hay que rodearlos por la izquierda en el sentido de las agujas del reloj para tener un buen karma, es decir, para que te sucedan cosas buenas. El budismo sostiene que somos lo que hacemos, que nuestras acciones condicionan nuestro ser. El karma es, por lo tanto, una ley de causa y efecto, la forma en la que nuestros propios actos nos repercuten con el tiempo. Sin embargo, la intención detrás de toda acción es lo que realmente cuenta. Una buena predisposición, basada en la generosidad, en el amor y la claridad es el buen karma, aquel que te conduce hacia la iluminación.

En el budismo, los mantras se aprenden, se repiten y se interiorizan para alcanzar ese estado de iluminación suprema. A través de estos muros sagrados, las oraciones quedan grabadas y a merced de la naturaleza para que ésta proteja a todos aquellos que persiguen un fin con buena voluntad, perseverancia y generosidad.