Qué es la inflación subyacente y por qué nos preocupa
A los que miran al cielo
Largo y tendido se ha hablado sobre la inflación durante el último año. Se ha debatido intensamente sobre sus causas y consecuencias, así como sobre las políticas económicas, más o menos adecuadas, que se han tomado y que están previstas, para contenerla. Huelga decir que, a pesar de la viva discusión y las previsiones económicas, los precios generales al consumo han seguido creciendo intensamente en España hasta la fecha (10,8% interanual en julio). Además, la presión ya no se concentra en determinados bienes y servicios, sino que afecta a la inflación subyacente (6,1% a/a hasta julio). Ahora bien, en este punto, ojalá de inflexión si se cumplen los pronósticos económicos, vale la pena recordar qué es esto a lo que llamamos inflación subyacente y en qué se diferencia de la inflación general. Más aún, intentar precisar cómo afecta directa e indirectamente a nuestro bolsillo.
En este contexto, y desvelando un poco el final de la historia, pensé que dado que los efectos de la elevada inflación subyacente nos tocarán más o menos a todos, resultaría de interés hacer un sondeo inicial sobre el tema, dando voz a personas de mi entorno formadas en disciplinas distintas a la economía o las finanzas. Los resultados de este pequeño experimento me han dejado tranquilo e intranquilo a partes iguales. Me ha quedado claro que la noción fundamental de inflación existe y, sobre todo, que sus efectos más inmediatos están relativamente bien interiorizados. Por ejemplo, en palabras de mis interlocutores, se sabe que se trata de un aumento autónomo, o más o menos constante, de los precios, y que supone una pérdida, más o menos permanente, de poder adquisitivo para los consumidores; sobre todo, para los más débiles. Sin denostar al resto de exposiciones oídas, me gustaría citar anónimamente una de las más bellas, que versó que esta inflación “somete a aquellos que miran al cielo”. Por otro lado, también me ha quedado claro que es bien extendida aquella idea sobre que los economistas nos las arreglamos relativamente mal para dar explicaciones, y para hacerlas llegar a todos los públicos a los que les concierne la información. De forma generalizada, se me pidió que escribiera este texto de manera accesible, sincera y, a poder ser, con pocos tecnicismos.
Así pues, emprendamos la tarea. La inflación subyacente es un indicador de la tendencia o inercia en el crecimiento de los precios de los bienes y servicios que consumimos. Por tanto, su distinción técnica respecto a la métrica de la inflación general radica en que intenta dejar al margen del cómputo a las variaciones de los precios de ciertos bienes y servicios, que pueden resultar más volátiles debido, por ejemplo, a perturbaciones extremas y ajenas a la demanda interna. La energía y los alimentos no elaborados son los componentes de la cesta del consumo que normalmente se pueden ver más expuestos a este tipo de situaciones, por ejemplo, cuando estallan conflictos geopolíticos en los que se ven involucrados países productores, o cuando acontecen adversidades climáticas. De aquí que las métricas más extendidas de inflación subyacente se basen en el método de exclusión directa de estos dos grupos de bienes y servicios. Más allá de la diferencia en su cómputo, la importancia de la inflación subyacente respecto a la inflación general radica en cómo precisamente ésta incide en las condiciones de vida de los consumidores de una forma más permanente y generalizada. En particular, su evolución está ligada tanto a las condiciones reales y actuales de la economía doméstica como a las expectativas que nos formamos sobre el futuro, y aunque estas se encuentran relativamente ancladas en el medio plazo, existen importantes rigideces en el corto plazo. En pocas palabras, parte de los precios que han subido de forma extraordinaria en los últimos meses se desacelerarán hasta acercarse a tasas de inflación algo más razonables, pero difícilmente caerán, sobre todo los subyacentes. En el momento actual, esto implica que, en media, los consumidores españoles hemos de dar prácticamente por perdido un 6,1% del poder adquisitivo que hasta hace un año teníamos. En otras palabras, y abusando un poco del lenguaje, sería equivalente a haber perdido en términos reales 6,1 euros de cada 100 euros que percibíamos en concepto de salarios, pensiones o rentas. Asimismo, habría que asumir que los ahorros, y el resto de los componentes de la riqueza, se habrían depreciado en magnitud similar debido a esta inflación subyacente.
Los consumidores españoles hemos de dar prácticamente por perdido un 6,1% del poder adquisitivo que hasta hace un año teníamos.
Adicionalmente, hay que señalar que los efectos de mantener una elevada inflación subyacente van más allá de la pérdida inmediata y poco reversible de poder adquisitivo para los consumidores. Aunque existen ciertos matices, puede aseverarse que uno de los focos de la política monetaria moderna sigue siendo la estabilidad de la inflación en torno a ciertos umbrales. Estos, aunque suelen estar referenciados en términos de la inflación general, se definen en horizontes temporales de medio o de largo plazo y, por tanto, implícitamente atañen a la evolución del componente tendencial que, como se explicaba anteriormente, suele medirse través de la inflación subyacente. En el caso de la Unión Económica y Monetaria (UEM) recientemente se adoptó el objetivo de inflación del 2% a medio plazo, de carácter simétrico, en el sentido de que las desviaciones positivas o negativas respecto al objetivo se consideran indeseables y precisan cambios en la política monetaria. Así, la elevada inflación en Europa no sólo ha dado lugar a la retirada progresiva de los estímulos extraordinarios,–tales como la compra de deuda pública de los estados miembros–, sino también al aumento de los tipos de interés. Estos cambios en el tono de la política monetaria previsiblemente harán que la demanda se desacelere y la inflación vuelva a acercarse al objetivo de medio plazo, pero en el camino elevarán la carga financiera de los hogares y las empresas y, por tanto, su capacidad de consumo e inversión.
A estas alturas quizá el lector se esté preguntando si cabe la posibilidad de mitigar la pérdida de poder adquisitivo derivada de la elevada inflación subyacente a través de un aumento generalizado de los salarios, rentas y pensiones de los consumidores españoles. La respuesta clara y concisa es que no, ya que tendería a agravar la situación actual. En primer lugar, porque podría motivar nuevos repuntes de la inflación subyacente -lo que se conoce como efectos de segunda ronda- amparados en la mantención de márgenes empresariales. En segundo lugar, porque si se da de forma independiente a la evolución de la productividad de la economía, supondría una pérdida de competitividad, menores exportaciones y, posiblemente, un mayor nivel de endeudamiento de la economía en un entorno de tipos de interés al alza.
La inflación subyacente es importante para todos porque nos marca la tendencia de los precios a medio plazo.
En todo caso, la pregunta sobre la revalorización de las rentas y salarios también merece una respuesta algo menos tajante, ya que las pérdidas de poder adquisitivo derivadas de la alta inflación no se han repartido de forma homogénea entre los consumidores. En primer lugar, porque la cesta de la compra varía entre distintos hogares y, en segundo lugar, porque el nivel de sacrificio, bien de consumo o bien de ahorro, también varía según la renta y riqueza de los mismos. En este sentido, todas las medidas de política económica bien enfocadas a apoyar a los más afectados por las subidas de los precios son bienvenidas. Además, no se puede descartar que algunas rentas referenciadas a la inflación, como las de los alquileres o las pensiones públicas, se revisen automáticamente al alza a final de año.
En conclusión, aunque seguramente no haya logrado escribir este texto con pocos tecnicismos y quizá de forma accesible a todos los públicos afectados, creo no haber faltado a la sinceridad. Quédense con algunas ideas. La inflación subyacente es importante para todos porque nos marca, de cierta forma, la tendencia de los precios a medio plazo. Así, preocupan los niveles actuales porque suponen una pérdida de poder adquisitivo relativamente permanente, por lo que las medidas de política monetaria encaminadas a su reducción son bienvenidas -a pesar de su coste-. Asimismo, son agradecidas otras políticas públicas para paliar sus efectos, siempre que estén bien enfocadas y dirigidas a los colectivos más perjudicados. Por el contrario, los aumentos generalizados en rentas y salarios podrían no ser una buena idea ya que, probablemente, empeorarían la situación actual. Parafraseando nuevamente a una de mis interlocutoras, esta inflación “somete a aquellos que miran al cielo” que, aunque en distinta medida, somos todos.