"Cómo deben los bancos integrar los riesgos climáticos en su gestión"
En marzo de 2018 la Comisión Europea publicó el Plan Europeo de Finanzas sostenibles para dar cumplimiento a los objetivos del Pacto Verde Europeo, que aspira a que la Unión Europea sea neutra en carbono para 2050. Este plan busca, entre otros objetivos, integrar la sostenibilidad en la gestión de riesgos de las entidades financieras. También canalizar los flujos de capital hacia actividades sostenibles y fomentar una mayor transparencia y visión a largo plazo.
Como ya subrayó Mark Carney en 2015, en su ya imprescindible discurso “la tragedia del horizonte”, el cambio climático no es cosa del futuro sino que requiere de respuestas en el presente. Y como señalaba, los bancos están expuestos al cambio climático a través de dos tipos de riesgos.
Estos riesgos son los conocidos riesgos físicos y de transición. Los riesgos físicos surgen por el incremento de la frecuencia e intensidad de fenómenos meteorológicos adversos como sequías, inundaciones o cambios en el clima a más largo plazo, por ejemplo cambios en los patrones de precipitación en una determinada zona. Mientras que los de transición se refieren a los riesgos que sufren las empresas en su transición a una economía baja en carbono y están relacionados con cambios tecnológicos, cambios en los comportamientos de los consumidores o cambios legales, entre otros.
Estos riesgos climáticos no son una nueva categoría de riesgos sino que son factores de las categorías de riesgos existentes: riesgo de crédito, riesgo de mercado, riesgo operacional, riesgo legal y riesgo de liquidez. Así, una empresa puede tener dificultades para responder a sus compromisos crediticios como consecuencia de una interrupción en su cadena de suministro ocasionada por un incendio o el valor de sus activos puede verse deteriorado por una inundación, afectando al valor de la hipoteca. Es decir, cómo se materializan estos riesgos en los clientes, puede terminar impactando en los bancos con los que trabajan.
Por eso es muy importante que el marco prudencial gestione de una manera segura y prudente estos riesgos, asegurando la estabilidad de las entidades a título individual y en su conjunto.
Para dar respuesta a los requerimientos regulatorios, los bancos europeos trabajan para integrar los riesgos climáticos en su estrategia de negocio, su modelo de gobernanza y en sus marcos de gestión de riesgos. Pero también para cumplir con las expectativas supervisoras que el Banco Central Europeo emitió en noviembre de 2020 y que el supervisor espera que todos los bancos bajo su supervisión cumplan, como tarde, en diciembre de 2024.
Sin embargo, es conveniente recordar que seguimos en proceso de aprendizaje y que tenemos desafíos importantes por delante.
En primer lugar, la todavía escasa información comparable y de calidad. Si bien la nueva directiva de información de sostenibilidad corporativa (CSRD, por sus siglas en inglés) permitirá contar, cada vez más, con datos reales y contrastables, todavía faltan metodologías probadas que midan el impacto de estos riesgos.
A esto debemos añadir que hasta ahora se ha trabajado, sobre todo, en la parte de clima y que debemos avanzar en el resto de retos medioambientales así como en las cuestiones sociales y de gobernanza. No se puede exigir a los bancos dar respuesta a todos estos retos al mismo tiempo sino que es necesario abordarlos de una manera secuencial y siempre aprovechando todo lo que hemos aprendido en la parte de clima.
Y por supuesto, debemos recordar que estamos ante un reto global que exige de una coordinación internacional, que evite la fragmentación y no penalice la competitividad de los bancos europeos que operan en terceros países.
Para dar respuesta a los requerimientos regulatorios, los bancos trabajan para integrar los riesgos climáticos en su estrategia de negocio, su modelo de gobernanza y en sus marcos de gestión de riesgos.
También es muy necesario preservar la naturaleza del marco prudencial, basado en riesgo y evitar que recaiga sobre los bancos una presión excesiva e indebida. Por eso apoyamos, en línea con las conclusiones del informe de la Autoridad Bancaria Europea (o EBA, por sus siglas en inglés), que no tendría sentido aplicar recargos de capital a bancos por su financiación a empresas por el mero hecho de que éstas operen en sectores intensivos en emisiones, pues podría perjudicar su acceso a financiación, ni tampoco aplicar bonificaciones en capital a las exposiciones frente a las llamadas empresas “limpias”.
Estamos ante un reto global que exige de una coordinación internacional, que evite la fragmentación y no penalice la competitividad de los bancos europeos que operan en terceros países.
Hacia delante, debemos entrar en una nueva fase. En su reelección como presidenta de la Comisión, Ursula Von Der Leyen dejó claro que el foco debe estar en reducir las cargas burocráticas, simplificar los requisitos regulatorios y corregir, con las experiencias de estos años, las inconsistencias y solapamientos detectados.
Esto sin duda será clave para que los bancos sigan trabajando en la plena integración de los riesgos climáticos, para poder cumplir con las expectativas supervisoras y seguir siendo una de las piezas clave en el proceso de transformación y descarbonización de la economía, a través de la financiación y del asesoramiento que ofrecen a sus clientes.