Cómo crear una cartera de inversión
Una cartera de inversiones es el conjunto de activos financieros en los que invierte una persona o empresa. Aunque pueda parecer sencillo, configurar una cartera de inversiones que se ajuste al perfil de cada inversor y a la situación del mercado en un momento determinado no es una tarea fácil. Por eso mismo existen profesionales que se dedican exclusivamente a crear y gestionar estos portafolios de productos financieros.
En ocasiones se confunde la cartera de inversión con el número de acciones de diferentes compañías, pero en realidad esta abarca todas las inversiones, tanto en renta fija como en renta variable e incluso las inmobiliarias pueden entrar en este apartado a través por ejemplo e los bienes raíz. De hecho, se puede incluir todo lo que tenga que ver con el patrimonio y sobre todo los ahorros de una persona.
1- Definir el perfil inversor
Lo primero que cualquier ahorrador debe hacer incluso antes de plantearse por qué y para qué invertir sus ahorros es el riesgo que está dispuesto a asumir. Es lo que se conocer como perfil inversor y que servirá como punto de partida y base para crear cualquier cartera de inversión. Tanto es así que esto es lo primero que cualquier gestor suele preguntar a su cliente junto con la cantidad que está dispuesto a invertir.
En términos generales existen tres perfiles de inversor: conservador, moderado o medio y agresivo. Como los propios términos indican el nivel de tolerancia al riesgo va de menor a mayor. Así, los primeros estarán dispuestos a correr más peligros (lo que se traduce en perder más dinero) a cambio de la posibilidad de obtener mayores rentabilidades. No hay que perder de vista que el riesgo y los beneficios suelen estar directamente relacionados en el mundo financiero de tal forma que cuando más arriesgada es una operación mayor es también la rentabilidad que puede arrojar.
En principio definir el perfil de inversión puede parecer uno de los pasos más fáciles, pero no lo es. En el fondo el perfil de inversión no es más que un reflejo de la forma de ser de cada persona y muchas veces es el propio mercado o la marcha de las inversiones la que terminará por decantar el estilo hacia un lado u otro.
Para quienes no tengan claro dentro de que grupo se encuentra, bancos y entidades financieras disponen de multitud de herramientas que les ayudarán a aclararse. Además, siempre podrán acudir a un experto que les ayude a solventar esta duda y a definir su cartera de inversión.
2- Definir los objetivos
Una vez se conocen los riesgos que el ahorrador está dispuesto a asumir llega el momento de plantearse sus motivaciones. Es decir, ¿que quiero conseguir? La respuesta generalmente será “sacar el máximo partido a mis ahorros” o “dinero para comprar / la jubilación”. Sin embargo hay que hilar un poco más fino, especialmente en el primero de los supuestos. En este sentido es conveniente fijar una rentabilidad concreta representada por un tanto por ciento de rentabilidad respecto al patrimonio invertido o por lo menos una horquilla de beneficios.
A continuación habrá que determinar el plazo de la inversión, es decir ¿en cuánto tiempo deseo obtener el objetivo de rentabilidad?. En general, cuanto más se alargue el plazo mayores serán las posibilidades de inversión y menores los riesgos. Por el contrario, obtener una alta rentabilidad a corto plazo suele implicar fuertes riesgos. De todas formas, una buena cartera de inversiones puede combinar productos a largo y corto plazo.
3- Diversificar y cubrir riesgos
La principal premisa de cualquier portafolio de inversión, especialmente a largo plazo, es alcanzar el equilibrio. Independientemente del perfil inversor de cada persona, una buena cartera debe de ser capaz de cubrir los riesgos de los activos más agresivos con otros más conservadores. Diversificar la inversión es la mejor fórmula para lograrlo. Del mismo modo que en bolsa no es recomendable tener acciones sólo de una empresa o de un sector en concreto, tampoco hay que fiar todo el patrimonio a un tipo de inversión o familia de productos. La ventaja es que en este caso la variedad es mucho mayor.
Al margen de inversión general como activos de renta variable y de renta fija, hay una diversidad enorme de productos que además son compatibles unos con otros tanto en términos de riesgo como de plazo de la inversión. Fondos de inversión, ETFs, bonos, divisa, depósitos a plazo, bienes raíces, patrimonio inmobiliario…. No hay por qué invertir en todos, pero sí contar en varios tipos diferentes de productos de tal forma que si por ejemplo se asume gran riesgo en bolsa se contraten bonos en busca de una rentabilidad asegurada para, por lo menos no perder dinero.
Además, la amplia gama de productos también permite jugar con el tiempo de la inversión y con la liquidez disponible. En un momento de incertidumbre se puede apostar por la ‘seguridad’ de la renta fija y en productos que aporten liquidez a la espera de mejores oportunidades mientras parte del capital se revaloriza en herramientas a largo plazo pero sin tanta liquidez.
4- Fiscalidad y comisiones
Además de buscar el equilibrio dentro de las inversiones también es necesario tener en cuenta la fiscalidad aparejada a cada producto y las comisiones que las diferentes entidades cargarán sobre cada uno de ellos y las posteriores operaciones que el inversor realice. Y es que una cartera de inversiones no es un elemento estático, sino que hay que actualizarla cada tiempo, dependiendo sobre todo del horizonte de inversión.
En la mayoría de casos el propio inversor podrá autogestionar su patrimonio sin necesidad de recurrir a un experto, pero siempre tendrá que asumir algún tipo de comisión por la custodia de sus acciones, mantenimiento de sus fondos o simplemente por las operaciones que realice en bolsa. Por eso es fundamental saber elegir su intermediario financiero. El otro gran baremo además de las comisiones debe ser el asesoramiento que necesite y la diversidad de productos en los piense invertir. Y es que algunas entidades limitan su oferta en renta fija a sus propios productos, lo hace más costoso en términos de tiempo la gestión.
Tampoco hay que olvidarse de la fiscalidad. La última reforma del IRPF ha servido para equiparar todos los productos del ahorro, que ahora mismo tributan al 18%. Esto no quiere decir que cada herramienta cuente con sus particularidades y ventajas concretas. Hay que estudiarlas y aprovecharse de ellas a la hora de confeccionar y posteriormente gestionar la cartera de inversión.
5- La acciones en Bolsa
La inversión en bolsa es la más rentable a largo plazo, pero también la más peligrosa para el conjunto del patrimonio, por lo que merece especial atención. El porcentaje dedicado exclusivamente a bolsa en forma de compra y venta directa de acciones no debe de ser excesivo (5% del total en el mejor de los casos para los perfiles moderados). El problema en este sentido radica en que se trata del sector más susceptible a incitar al ahorrador a cometer fallos, salirse de su disciplina de inversión y terminar perdiendo parte de su dinero.
En anteriores guías se ya se han abordado temas como diez errores más comunes en la operativa en bolsa o los consejos básicos para invertir y operar en bolsa. No hay que perderlas de vista y conviene recordar que en bolsa es más fácil dejarse llevar por las emociones que en el resto de ámbitos financieros.
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