Chicfy, la ‘startup’ que viste el éxito de segunda mano
La economía colaborativa tiene uno de sus mejores exponentes en España en Chicfy, un mercado digital de ropa femenina de segunda mano. Detrás de su éxito está la singular personalidad de un emprendedor, Nono Ruiz, que piensa en los negocios de forma diferente.
Un bar, reservas online de balnearios o de restaurantes, una tienda digital de té…. muchos fracasos y, finalmente, un gran éxito: Chicfy. Nono Ruiz se define como “vaciador profesional de armarios”, pero tal vez sea mejor presentarle como un emprendedor en serie que defiende el fracaso como el mejor máster posible.
A sus 33 años, este granadino ha encontrado por fin la fórmula del éxito con Chicfy, una app de compra y venta de ropa de segunda mano solo para mujeres. Es un ejemplo de cómo la economía colaborativa abre nuevas oportunidades de negocio aprovechando todas las posibilidades de la economía digital. “La sociedad española lo ha pasado mal durante unos años y eso ha hecho que nos planteemos el consumo de una forma diferente, así explico el éxito de la economía colaborativa. En nuestro caso concreto, ofrecemos algo complementario a lo que hacen gigantes como Inditex o El Corte Inglés. De hecho, creo que para ellos somos más un apoyo que un enemigo”, dice Ruiz.
La idea es relativamente sencilla: servir de intermediario entre quien quiere vender ropa de segunda mano y quien quiere comprarla. Esta especie de eBay para chicas nació en 2013 de la inquietud de Ruiz y sus muchas horas en casa buscando modelos de negocio en internet. En Chicfy invirtió, junto a su socia Laura Muñoz, los últimos 5.000 euros que tenía para buscarse una forma de vida. Antes, una larga historia de fracasos empresariales y lecciones de vida que empieza siete años antes en Granada.
Un bar
En 2006, cuando la crisis ni está ni se la espera, Nono Ruiz y Laura Muñoz, por aquel entonces pareja, tienen veintipocos años y un sueño: montar una zapatería, el negocio al que se están empezando a dedicar profesionalmente. Pero los locales son muy caros, los contratos de exclusividad frecuentes, y lo que iba a ser una zapatería se convierte en un bar. Para montar su negocio, cometen un error que arrastrarán mucho tiempo: endeudarse muy por encima de sus posibilidades, comprometiendo además a sus progenitores. Comenzaban su vida como empresarios hipotecados, con 300 euros en la cuenta y ninguna experiencia en su negocio, la hostelería.
Ruiz recuerda perfectamente al primer cliente de su bar, fundamentalmente porque le tuvo que pedir que se pusiese él mismo la caña de cerveza que quería. “Yo no era capaz: eso deja claro todo lo que sabíamos de bares”, recuerda. A pesar de ese arranque, el local funcionó bien: “Ese cliente volvió. Los clientes siempre vuelven si le pones ilusión, ganas y cariño, y eso era precisamente lo que hacíamos”.
Pero que un bar funcione no significa que sea un gran negocio que permita a sus dueños vivir relajadamente. “Trabajábamos de ocho de la mañana a tres de la madrugada, y daba para lo que daba. Estábamos muy quemados, así que lo traspasamos deprisa y corriendo”. Cuando bajaron por última vez la persiana tenían una ‘hipoteca’ de 16 años, a más de 1.000 euros por mes.
Se pusieron a buscar trabajo y lo consiguieron rápidamente en su pasión: vender ropa. Esa es la buena noticia. La mala es que ganaban unos 800 euros mensuales cada uno, con lo que tenían que recurrir a la ayuda familiar para salir adelante. “Cuando te pasas todo el día trabajando básicamente para pagar una deuda, como nos sucedía, te vuelves oscuro y pesimista, porque no tienes agilidad ni libertad de movimientos. Tenía la sensación de que estaba siendo castigado por haber intentado montar un negocio con 23 años, así que llegué a la conclusión de que tenía que pensar de forma diferente”, explica Ruiz.
Un concurso
Pensando diferente, se fijó en un concurso de televisión, ‘Atrapa un millón’, que presentaba Carlos Sobera y emitía Antena 3. Era una forma rápida de conseguir dinero para pagar su deuda y así empezar de cero.
Ruiz estudió la mecánica del concurso, donde se competía por parejas. No se trataba sólo de acertar las preguntas, sino también de resultar potencialmente interesante para la audiencia, ya que había que pasar un casting. Decidió que su propia historia -una pareja de emprendedores que busca saldar una deuda-, contada con desparpajo, tenía que ser un punto a su favor. Se apuntó al casting, convenció a su reticente socia y el plan salió perfecto: “Ganamos 185.000 euros. En una sola hora habíamos acabado con una deuda de 16 años”.
Nono Ruiz y Laura Muñoz, concursando en ‘Atrapa un millón’. - Atresmedia
De aquel plató Ruiz salió no solo más libre, sino con una nueva forma de ver las cosas. “Desde entonces no recurro a préstamos, no tengo tarjetas de crédito, no compro nada a plazos”. Tras dividir el premio entre dos y pagar a Hacienda y la hipoteca, le quedaron limpios 20.000 euros. “Me encerré en mi casa dispuesto a estudiar en qué proyectos los invertía, con la idea clara de que tenían que ser negocios digitales. Ya nunca más apostaría todo a un negocio, como con el bar. Sabía que con las nuevas inversiones me iba a equivocar, y varias veces, pero también sabía que iba a aprender”.
El éxito
De ahí nacieron los intentos con el té, los balnearios, las reservas en restaurantes… Pero no todo fueron fracasos: con los últimos 5.000 euros de él y 1.500 euros de ella montaron Chicfy. Compraron el dominio, lanzaron una landing page muy sencilla, contactaron con blogueras de moda para tantear su disposición a vender en Chicfy su ropa de segunda mano y subcontrataron todo el desarrollo técnico: “No les pedimos un cohete espacial con la última tecnología, sino un cochecito pequeñito al que ir poniendo extras si se necesitan. Somos una startup de producto, no de tecnología punta, y así debe seguir siendo”.
El primer día de lanzamiento fue, para su sorpresa, todo un éxito: 16.000 visitas y 60 pedidos. Trabajando desde casa, no contrataron a nadie hasta que la empresa ya tenía siete meses, y aún entonces carecían de oficina.
Hoy Chicfy emplea a 26 personas, ha pasado por dos modestas rondas de financiación en las que captaron 360.000 euros y ya tiene oficinas, después de que sus fundadores cambiasen Granada por Málaga. Pero en la pequeña historia de la empresa el antes y el después es otro: el lanzamiento de este anuncio televisivo el pasado septiembre.
Tan polémico como pegadizo, el anuncio logró con creces su objetivo: popularizar la empresa, hasta el punto de que su frase final -“Claro que sí, guapi”, una expresión habitual en los chats del mercadillo virtual que es Chicfy- se ha convertido en coletilla habitual de muchas conversaciones.
“En los últimos tres meses, y gracias a esta campaña, estamos teniendo un crecimiento exponencial del negocio: cada siete segundos se vende una prenda”, asegura el fundador de Chicfy, que sin embargo no quiere cambiar su forma de ver los negocios. “Hay que hacer las cosas con muy poco dinero. Es una magnífica manera de incentivar la creatividad”. Siendo como es un espíritu inquieto y libre, ¿qué planes tiene para la empresa? ¿se ve haciendo lo mismo dentro de dos o tres años? “Ni me lo planteo”, dice riendo: “yo planifico sólo de dos a tres meses”.