Breve historia de BBVA (IX): el funcionamiento de la banca en la Guerra Civil
Con la España bancaria también partida en dos y con parte de sus consejeros y dirigentes pasándose al enemigo, iban a ser los profesionales de las cajas de ahorro y los bancos quienes sostendrían la posibilidad de que el día a día fuera lo más normal posible dentro de lo que permite una contienda bélica tan dura como la que se libró en la península. Como fueron pudiendo, los ejecutivos y los trabajadores se las fueron ingeniando para salir adelante.
En las dos orillas del conflicto se vivieron paralelismos en muchos aspectos. Tanto en el bando nacional como en el republicano se dieron numerosos episodios de control político por quienes estaban al mando de las operaciones bélicas. Aunque el sistema bancario no sería la única industria en la que intentaron meter la cuchara desde Madrid y desde Burgos, la enorme importancia de los bancos y las cajas hizo que contaran con una vigilancia y una intervención extraordinarias.
Sin embargo, y pese a la permanente intervención de los dos poderes, los trabajadores de las entidades bancarias realizaron una notable labor en lo profesional, salvando con esa profesionalidad el destino de muchos aspectos relativos a las finanzas. Amén de continuar con las labores habituales del negocio bancario, los directivos y sus trabajadores tuvieron que añadir a sus tareas la de extremar la seguridad por mor de la guerra.
Tanto en la vigilancia del acercamiento de los frentes a las oficinas bancarias, como en la realización de copias ocultas de documentación bancaria que dejara reflejada la realidad financiera ante la posibilidad de una salida con urgencia de activos y libros contables al caer en manos del enemigo una plaza determinada.
Como no podía ser de otra forma, la cruenta guerra civil dejó numerosas bajas también entre los empleados bancarios. El indudable problema al que se enfrentaron bancos y cajas pudo remediarse solamente en parte. Los puestos vacantes de los empleados corrientes pudieron ser muchas veces ocupados por trabajadores externos. La dificultad surgió a la hora de encontrar recambios para los directivos fallecidos ya que el mercado apenas disponía de profesionales liberados con la preparación suficiente para asumir labores de dirección.
Mas no sólo provenían la bajas por los decesos derivados de la guerra. En las dos zonas en contienda se dieron desgraciadas depuraciones. El bando de Franco fue cambiando parte de las plantillas de los bancos según iba conquistando territorio enemigo. El criterio para la realización de esas purgas no era otro que el de prescindir de todo aquel que se sospechara contrario al bando nacional. De la misma manera, los comités de empresa del bando republicano, dado su poder, fueron expulsando a empleados presuntamente enemigos de la Segunda República.
Primer gobierno de Franco en Burgos, 1938
Los numerosos problemas de plantilla, por fallecimiento y depuración, a los que tuvieron que enfrentarse en ambos bandos eran resueltos por los consejos y las direcciones de los bancos y las cajas. La quirúrgica labor de gestión de los dirigentes redundaría en el mantenimiento de prácticamente todas las sucursales y oficinas tanto en el territorio sublevado como en el leal al orden previo.
Pese a todo, los profesionales de la banca llevaron a cabo una labor de gran mérito durante de la guerra. Habitualmente anteponiendo las necesidades de la entidad en la que trabajaban sobre intereses personales o de carácter ideológico. Tan es así que en muchos casos no resultó complicado tras la contienda reunificar las dos partes en las que se habían fracturado la mayoría de los bancos. Los responsables de la zona republicana se esforzaron en no desviarse de la manera de proceder habitual pese al cada vez más evidente avance nacional. La salvaguarda de las normas financiera y administrativas de cada entidad fueron capitales para los responsables de las entidades enclavadas en la zona de los perdedores. También se dieron lógicamente desmanes y abusos pero no de manera habitual y gracias a la estricta observancia de la norma y al ingenio de quienes comandaban los bancos para dejar toda la duplicada documentación a buen recaudo, se pudo reanudar la actividad bancaria con enorme celeridad en una España ya unida por los sublevados en 1939.
Billete de 100 pesetas emitido en Bilbao en 1937 por el Banco de Bilbao
Dentro de la desgracia que suponía tener una España partida en dos y combatiendo, las entidades bancarias no tuvieron que sufrir una total incomunicación entre los núcleos que tenían repartidos entre ambos territorios. El hecho de que se dieran tantos casos de transferencia de directivos y consejeros y la conciencia de unidad de empresa que existía en las direcciones de ambos bandos permitió que se produjeran incontables episodios de comunicación entre las partes. Así, por ejemplo, en el gobierno de Burgos fueron conscientes de que en Madrid se estaba sacando el Oro de Moscú del Banco de España. Tan fue así que Franco llegó a protestar el 14 de octubre de 1936 por lo que consideraba una “expoliación sin precedentes que realiza el gobierno de Madrid […] a una población del Mediterráneo de los stocks que quedaban en el Banco (de España)”.
No sólo se producían filtraciones contando secretos. Se daban comunicaciones bien intencionadas que se descubrieron al interceptarse personas que actuaban de improvisados correos. Éstas atravesaban las lindes de una facción a otra para que, por ejemplo, el responsable de una sucursal de un bando diera cuenta de su situación financiera a otra oficina sita en territorio enemigo en pos del bien de la compañía. Incluso el gobierno vasco se ofreció a trasladar información a entidades de su influencia desde que se instaló en el sur de Francia tras la caída de Bilbao. Al fin y al cabo, ante la posibilidad de un final cercano de la guerra, las partes implicadas deseaban que los saldos y los activos de las entidades bancarias reflejaran la realidad lo más certeramente posible, llegado el momento de recuperar una esperada normalidad.