Bancos zombis, el último grito de la economía
Cada vez son más los clientes que se decantan por la banca digital. ¿Para qué salir de casa a consultar los últimos movimientos si podemos revisarlos en pijama con un simple clic de ratón? ¿Cómo no aprovechar la posibilidad de hacer una transferencia en horarios en los que las sucursales ya han cerrado?
La comodidad de acceder a tus productos financieros mediante internet es el argumento más empleado para explicar el auge imparable de la banca electrónica.
Pero yo sé la verdad.
Poco después de que los bancos centrales empezaran a inyectar liquidez a manta, los medios de comunicación difundieron la expresión banco zombi. Ahí es nada. Y es que la imagen de un cajero con corbata y en descomposición avanzada, con sangre fluyendo de los ojos y rastas de gusanos, espeluzna al más pintado.
Cunde tal pánico entre la población que el primer paso para recuperar la confianza es explicar a las claras que un banco zombi no es una institución financiera cuyos trabajadores podrían protagonizar La noche de los muertos vivientes. Tendrán sus noches de insomnio, como todo quisque, pero unas inofensivas ojeras no deberían asustarnos ni impedirnos poner un pie en un banco.
Si lo que se pretende con esta política monetaria es mitigar temores, convendría advertir que un banco zombi no muerde, sino que es aquel cuyo patrimonio neto es menor que cero, insolvente, que mantiene sus constantes vitales artificialmente gracias a inyecciones de dinero público, y ello sin llegar a cumplir su función de conceder préstamos.
Comoquiera que este rincón no es el indicado para entrar en la justicia, eficacia o supervisión de determinadas políticas gubernamentales, mi corazón de lingüista se permite poner el grito en el cielo cuando encuentra la grafía banco zombie, con esa e final propia del inglés. ¿Asusta más un zombie de Arkansas que un zombi murciano o toluqueño?
La economía cumple ya cerca de una década sin estar lo que se dice boyante (en estos años, Corea del Norte ha lanzado más misiles que cohetes han tirado los ministros de economía occidentales); pero el sustantivo zombi, terminado exclusivamente en i, lleva todavía más tiempo en el Diccionario académico: en concreto, desde 1985.
No solo eso: aunque la voz zombi nos ha llegado a través del inglés, ni siquiera este es su auténtico origen. Según la Academia, procede del criollo de Haití, quizá del africano occidental, pues es semejante a nzambi y zumbi, del congolés, que significan ‘dios’ y ‘fetiche’ respectivamente, según se aprecia en el Nuevo tesoro lexicográfico.
Respecto al plural, son válidas tanto la estructura en aposición bancos zombi como la concordancia regular bancos zombis; pero no bancos zombies, de nuevo con esa e del inglés, idioma que se infiltra en nuestra lengua como una plaga voraz.
Fíjense en ellos: los anglicismos están por todas partes. Nos rodean. Extienden sus brazos y avanzan hacia nosotros. Nos buscan la yugular... ¡Arggg!, ¡socorro!... ¿Por qué no usar la banca online si podemos revisar los últimos movimientos con un simple click de mouse?