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María Hermosa

26 jun 2017

En un rincón apenas cubierto con algunas chapas de zinc y prácticamente a la intemperie, humeaban los tallarines que estaba cocinando Rosa en un pequeño brasero. Estuvo delicioso. Éramos nueve personas apretujadas en una mesa para cuatro. No había suficientes cubiertos o mayores comodidades, pero ese almuerzo de domingo nada tenía que envidiar al servido en un restaurante gourmet. Es que en lo simple está escondida muchas veces la felicidad. La sencillez y alegría de Rosa con su familia en medio de la precariedad, le dieron el toque único a esa experiencia.